ROBOTNICE (1981). Irena Kamieńska.

ROBOTNICE (1981). Irena Kamieńska.

Irena Kamieńska (1928–2016) fue una directora, productora y guionista polaca graduada en la Escuela de Cine de Łódź en 1967, que enfocó su carrera esencialmente hacia el documental, aunque con alguna incursión en la ficción que no obtuvo demasiado reconocimiento, finalizando su carrera como documentalista. Obtuvo numerosos premios a lo largo de su trayectoria, ganando en tres ocasiones el premio a Mejor documental en el prestigioso Festival de Cracovia y varios internacionales. Directora poco conocida en nuestro país, sin embargo, engrosa una gran lista de directoras de Polonia (muchas de ellas también documentalistas) compuesta por Wanda Jakubowska (enlace a reseña), Natalia Brzozowska, Krystyna Gryczełowska, Danuta Halladin o la georgiana Helena Amiradżibi, que se trasladó a los cuatro años allí, entre muchas otras. Como siempre suelo reflejar cada vez que me hago eco de directoras excelentes con escasa proyección fuera de sus fronteras, se necesita una urgente reorganización y reescritura de la historiografía cinematográfica que haga emerger países en nebulosa que suelen permanecer en la periferia en documentos históricos e iniciativas de retrospectivas y más por razón de género. Directoras ensombrecidas en esos países satélites socialistas como la búlgara Binka Zhelyazkova (enlace a reseña), la húngara Márta Mészáros, o muchas otras de la extinta URSS.

Irena Kamieńska (1928–2016)


Kamieńska empezaría su carrera con un premio a su trabajo de tesis de carrera llamado Buenos días, niños (Dzień dobry dzieci,1966), un excelente documental sobre las dificultades de adaptación de una joven maestra que pide trabajar en una Escuela unitaria en un entorno rural y agrícola. Su entusiasmo por cambiar la sociedad, su formación y juventud choca con un grupo social con escasa formación, en el que el sustento económico está basado en los cultivos de patata, necesitando la mano de obra de sus hijos que suelen faltar al colegio. La maestra reunirá a los padres y madres para explicarle lo importante de la educación para un acceso a más oportunidades y ellos le explican su precaria situación, que ven más importante que la consecución del curriculum. La directora (de la que es bastante difícil acceder a su obra) seguirá mostrando interés por problemas sociales en ésta que nos ocupa, en otro documental sobre las precarias condiciones vitales de una comunidad de ancianos hacinada en cabañas maltrechas, frías, a las que el sistema y sus hijos han olvidado después de una cruda existencia en el campo y una guerra de por medio llamada Un hermoso, gélido invierno polaco (Piękna, mroźna polska zima, (1978) y, poco antes del colapso comunista, rodaría la vida de dos gemelas que han trabajado más de treinta años en una empresa de construcción cargando ladrillos y el peso de una existencia amarga, metáfora de su país, casi sin poder criar a sus hijos, marchitándose en su deterioro físico en Día tras día (Dzien za dniem, 1989). Se acercaría a documentales en ámbito médico con un corto sobre un trasplante de corazón a través de un reputado cirujano y otro sobre un tumor mamario. Al final de su carrera se enfocaría a documentales de poso religioso con uno sobre misioneras en 1991 o los efectos del comunismo en un contexto industrial en Fog (1993).

Buenos días, niños (Dzień dobry dzieci,1966)

Un hermoso, gélido invierno polaco (Piękna, mroźna polska zima, (1978) 

Documentales que he podido ver y que, aunque son muchos más los que posee, crean un corpus sólido que emana un afán por captar realidades de distintos contextos socioeconómicos de su país, incidiendo en los más desfavorecidos, poniendo un foco especial en la discriminación de la mujer, sus nefastas condiciones laborales que interfieren en la maternidad y en una conciliación inexistente, además de una nula existencia de vida ociosa. Males de un país en general con una herencia ensombrecida por una economía basada fundamentalmente en el sector agrario, la losa de la guerra y la desaparición de millones de personas por la ocupación alemana, siendo el epicentro del horror y devastación.



Un impulso de industrialización incipiente del país después de la II GM generó fábricas en distintos sectores, del que el textil es el protagonista del corto que voy a desarrollar. Ello creó una nueva clase obrera, que se marchitaba en duras condiciones salariales y laborales en fábricas, tal como observamos en Robotnice.
Irena Kamieńska rueda adentrándose en el corazón de la problemática que ella detecta con antelación, no juzga, no pone soluciones, expone la realidad para que el espectador saque conclusiones sobre las imágenes a menudo amargas, tristes, en las que sus protagonistas se desenvuelven con naturalidad hablando de su situación, sus anhelos o el porqué de su estado. Muchas veces parece una cámara invisible, en otras las personas miran a cámara con expectación por lo inusual, se ríen nerviosos o nos interpelan con miradas mortecinas, lánguidas, vencidas por el cansancio y el infortunio.




En Robotnice (Trabajadoras) asistimos a las penosas condiciones de una fábrica textil de lino fundamentalmente formada por mujeres en las secciones más duras, dirigidas desde las oficinas por un gerente y un capataz que no salen de sus impolutas oficinas. La directora no se anda por las ramas y nos impacta con la ruidosa maquinaria sobre la que se inserta el título dando testimonio del microespacio inmundo e irrespirable donde se hacinan decenas de mujeres en condiciones casi infrahumanas. De todas las edades en apariencia, las duras condiciones laborales las unifican en aspecto, avejentándolas, otoñándolas, provocando una actitud defensiva más bien por el efecto del rodaje que ha tenido pocas consecuencias en años anteriores, pues muchas de ellas han permanecido allí por más de treinta años en igual situación.



Las vemos rodeadas de polvo, trabajando sin protección en los oídos y con unas mascarillas que poco pueden ayudarlas. La estructura del corto se establece por intervalos de trabajo (en el que no pueden hablar entre ellas por el sonido ensordecedor de las máquinas y una labor en cadena que no pueden abandonar) y los escasos momentos de descanso sentadas en cubículos sin mesas comiendo rápidamente un bocadillo en los que aprovechan para exponer sus quejas laborales. Escuchamos que no pueden ver a sus hijos apenas, que no pueden dormir bien desde hace años, que no aguantan las mascarillas, que no tienen el sábado libre como otras fábricas, que se ahogan por el calor, el polvo ambiental debido a una nula ventilación y que los zuecos que las obligan a llevar, bajo sanción, les pesan horrores por el sudor. Irena Kamieńska las graba en sus puestos de trabajo, las sinécdoques de sus manos ensuciadas y cortadas por la maquinaria y los pies varicosos verbalizan el todo del estado insalubre de estas trabajadoras.




Hablan de una en una, otras callan, fatigadas y con mirada ausente, mientras escuchan que han hablado con el gerente en repetidas ocasiones demandando otro tipo de delantal que no pese tanto, más jabón para lavarse como pueden los pies y manos sucísimos en lavabos y una mejora salarial para poder subsistir (una mujer se queja de que no puede alimentar a sus seis hijos). El corto enfatiza la alienación con la vuelta un nuevo día de ruidos, trabajo de pie del que no pueden despistarse para no herirse, seguido de otro descanso en el que ya no hablan entre ellas. Comen, beben un líquido oscuro metido en tarros, sus ojos languidecen entre impotencia, resignación ante una situación con escasa perspectiva de cambio y al que se aferran por necesidad familiar, mientras envejecen, enferman sus pulmones y se quedan sordas. Tan sordas como los que dirigen la fábrica de lino a sus súplicas mientras termina el documental con la imagen del edificio nocturna con sus ventanales cerrados y uno donde sale una nube de polvo enorme invisible para el exterior.







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