FRÁGIL COMO O MUNDO (2001), de Rita Azevedo Gomes.



FRÁGIL COMO O MUNDO (2001). Rita Azevedo Gomes.

Somos la música que hemos escuchado, los profesores que hemos tenido, parejas o personas con quien hemos intimado; la forma de cuidarnos, lugares que hemos visitado y, por supuesto para mí, el cine que hemos visto. Sin lugar a dudas el de Rita Azevedo, aun llegando en mi madurez por falta de oportunidad, se ha ganado a pulso acomodarse en mi cinefilia al invadirme con una fuerza rotunda.

Rita Azevedo Gomes (1952). Lisboa, Portugal.

Cine como este portugués que me separa afortunadamente de mi prejuiciosa y extendida concepción de que en la actualidad no existe nada que te toque realmente. Me sobrevuela la idea de que hay un cine correcto fuera de los circuitos más manidos, pero se queda en eso, correcto. Y no, el problema era permanecer en el lado equivocado para, por fin, saber atravesar fronteras y acceder a espacios ignotos con recompensa. Cuesta, es escaso y resbaladizo, pero lo hay y me reconcilia con el panorama cinematográfico del presente, del que tenía una visión derrotista.

O Trio en Mi Bemol (2022).

Cortar los patrones con precisión para hilvanar y coser a mano si hace falta, hacen del preciosismo del cine de esta directora su gran atractivo. Aunque no sólo es eso. Una poderosa fuerza visual que ha ido in crescendo y madurando conforme veo cronológicamente sus películas donde lo literario, lo pictórico, musical y sabor teatral le confieren una belleza formal exquisita a través de una puesta en escena estática, superdotada y estudiada, que no es teatro, es mucho más. Un cuidado y delicioso artificio que altera la realidad para ofrecernos lo que desea y como lo desea. Y de qué forma. Espacios y diálogos que transcienden, que levitan y te hacen levitar en su virtuosismo; que no caen jamás en lo pretencioso ni naufragan en una estética perfecta, pero vacía de poesía o contenido. No, el cine de Rita Azevedo acaricia lo clásico, aunque experimenta con su gramática y el particular uso de lo espacio-temporal. Formas visuales que dialogan, gritan si hace falta y que engendran un cine superlativo.

A portuguesa (2018).
A Vingança de Uma Mulher (2012).

Y con “Frágil Como o Mundo” se tiene la certeza de que te va a subyugar desde que comienza con esa casa derruida en el bosque acompañada con el sonido de una caja de música infantil y el movimiento lento de la cámara, para terminar sabiendo al final que será imposible escapar de esa historia. Una obra maestra que reúne capacidad de sugestión a través de unas bizarras atmósfera y atemporalidad y un respeto por la composición delicada del plano, con esa austeridad que te lleva a C.T. Dreyer, pero más enigmática y oscura. Con mucho contraste buscado entre el blanco y el negro y la polaridad de los espacios. Interiores sobrios, exentos, algo claustrofóbicos, con muebles antiguos oscuros que dominan la escena y exteriores en el bosque con un conseguido equilibrio entre ensueño y necesidad de liberación, rodados en el enigmático Parque Natural de Sintra.

Madre de Vera (Sophia Balabanian). Padre (Carlos Ferrerira).


Historia de amor exaltado adolescente imbricado y a la vez necesitado de huida de un mundo frágil que hace alusión al título, poema de Sophia de Mello Breyner Andresen, que también aparece en la parte final: “Terror de te amar num sítio tão frágil como o mundo”. Un amor de tan puro y arrebatado que más que proporcionarles felicidad, provoca lo contrario, con la amarga consciencia de que no hay un sitio para ellos y de que ese sentimiento nunca podrá ser tan potente como en el presente. Pareja que se ama por escrito en un lugar solitario, que tiene que atravesar cada día la espesura de un bosque brumoso y secreto apartando helechos para conseguir el regalo de la lectura de una carta colocada en la valla de un camino pedregoso donde no se ve el final. Unos de los planos más poéticos de la película.



Vera ama a João en secreto, y la turbación que le produce este enamoramiento la deja ausente en la lección de anatomía del Colegio, donde la maestra habla fríamente del funcionamiento del corazón y de sus cavidades. Ella se toma el pulso, lo tiene acelerado, cree más en lo que siente y le revela su corazón que lo que se explica en clase. Quizá entienda más que sus compañeros lo que ocurre, su órgano late con pasión, está vivo frente al que le enseñan de madera. Mira por la ventana el lugar de entrega de las cartas esperando la respuesta de João  mientras escucha que el corazón puede un día dejar de latir…

Vera (Maria Gonçalves).
João (Bruno Terra).

Se suceden escenas muy delicadas en casa con una madre afectuosa de origen francés, también demandante del cariño de su marido y que ha renunciado por amor a sus orígenes; impactante travelling lento en el momento de la cena familiar con un abuelo sabio y la constatación de que pasa el tiempo y Vera ya dejó la infancia atrás. La película tiene un poso literario que expresan los personajes algo hieráticos en escenas pausadas y estáticas, cargadas de melancolía, de sensación de constante e ineludible cambio de estación.


Vera no puede soportar tanta emoción y está ensimismada frente al mapa físico de Portugal. Viaja del río Douro al Teixo para dirigirse al aparato circulatorio en un estado de trance antes de desmayarse en el aula. Corazón debilitado de amor y de imperiosa necesidad de escapar con su novio lejos de decisiones de futuro acordadas por los mayores. No busquemos razones que hagan comprensible ese motor arrebatado, entremos en la sensación de irrealidad y de fábula que nos quiere contar la directora. Entrada a continuación en el bosque buscando el mar empujados por la leyenda que le cuenta su abuelo sobre el amor imposible entre una princesa mora y un príncipe cristiano de un reino cercano con un final atroz. Cuentan que sus cuerpos son vistos flotando en el río algunas veces por los que se adentran en él. “Las leyendas están hechas a partir de nuestros miedos. Del miedo a que la vida no nos diga nada, de su aridez”, comenta el abuelo.



Viaje iniciático con escenas de felicidad de la pareja alejada del mundo con ecos de Parajánov en “Los corceles de fuego”, aflorando el color del bosque otorgándole un halo entre fantasía y fantasmal, donde conviven leyendas; entes con ropas vaporosas que habitan la naturaleza desde historias remotas. Un momento poético elevado por la música de Juan del Enzina en castellano antiguo que une pasado, fábulas y el presente de esta pareja con destino incierto. Confidencias mágicas que encuentran su hogar, necesidad del otro y no tener consciencia de nadie más. Tener la sensación de que el amor todo lo puede.




Rita Azevedo expresa estos sentimientos con imágenes que hablan: planos detalle de manos entrelazadas, lavado de pies como un bautismo en una gran concha que le dan un sentido irreal al conjunto, dormir sobre hojarasca, albergarse en una casa sin techo, ojos que se miran buscando trascender, unos pies de un cuerpo tendido que asoman entre los arbustos. Vuelve el blanco y negro, ellos se miran y escuchamos sus pensamientos en voz alta, para después mirarnos rompiendo la cuarta pared cuando vuelve a desmayarse en la arboleda.




Expresar como nadie una elipsis de la falta de un familiar con una voz en off hablando del sosiego y guardando una pipa en una caja y un baúl. Aplastar un caracol por el estado de desesperación. No poder huir de la leyenda, convertirse en ella, no importarnos la verdadera razón de la dolencia del corazón de Vera; creer en lo extraordinario. Elementos que hacen de esta película una grata experiencia sensorial y emocional mientras escuchamos el viento y observamos la permanencia y eternidad de la belleza de la naturaleza que sobrevive a la muerte en una lenta panorámica que me ha recordado a Sokúrov en “Madre e hijo”.
Ver el cine de Rita Azevedo Gomes es constatar que reunir sensibilidad, delicadeza y talento son posibles en pleno s. XXI.






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