Mujeres con piel de pez. TRENQUE LAUQUEN (2022), de Laura Citarella.

Mujeres con piel de pez. TRENQUE LAUQUEN (2022). Laura Citarella.

Mi primer acercamiento a “El Pampero Cine” fue hace tres años cuando me aconsejaron sabiamente “La vendedora de fósforos” (2017), de Alejo Moguillansky, película y colectivo que me condujo a explorarlo poco a poco por constituir una oferta distinta en el cine contemporáneo y del cine argentino en particular que nos llega a España. Cuatro directores junto a Mariano Llinás, Agustín Mendilaharzu y Laura Citarella –arropados por equipo técnico y artístico con el que repiten una y otra vez e intercambiando entre ellos los roles de dirección, fotografía, sonido o montaje– que han logrado un sistema de producción cinematográfica con estructura horizontal e independiente, que opera por otros circuitos alternativos de exhibición, acudiendo a festivales los cuales atestiguan la calidad que atesora. Un grupo formado desde 2002, generador de un cine que demuestra que no hace falta una gran inversión para conseguir productos muy atrayentes y valiosos, sino que, apoyado por la enorme cinefilia que los inspira, guiones elaborados, puesta en escena muy acertada y un paisaje como el de la provincia de Buenos Aires muy presente en sus extraordinarias historias, ha conseguido abrirse un hueco a nivel internacional por otras vías y numerosas películas, varias de ellas enardecidas en un metraje sin fin.


De izda. a dcha. Alejo Moguillansky, Laura Citarella, Mariano Llinás y Agustín Mendilaharzu.

“Trenque Lauquen” entronca en ese sentido con “Historias extraordinarias” (2008) y “La flor” (2018), ambas de Mariano Llinás, en las que el afán de fabular y crear termina por desbordarse en horas y horas de película, con historias que se dispersan, que parecen surgir de forma espontánea y se bifurcan por vericuetos insondables, chispeantes de creatividad y misterios, similar al recorrido abierto y errático de una gota de agua sobre una superficie. Esta última película apuesta por la importancia de la narración con voz en off, pero de otra forma, no tan constante, omnisciente y omnipresente como la de “Historias extraordinarias”, que acompaña y explica brillantemente –con una verborrea incansable del narrador– la acción de la imagen, supeditándola en alguna forma, aunque nunca ahogándola. 



Citarella propone una narración mixta, fascinante, en la que la historia es contada como se desovilla la lana, tirando del hilo poco a poco, desvelando el misterio a través del movimiento, búsqueda azarosa y ciega de los dos personajes masculinos al inicio de Laura (magnética Laura Paredes), la mujer que ha formado parte de sus vidas y que parece muy importante, para cambiar el espacio-tiempo constantemente y complementar con un pasado que va recolocando cuidadosamente los huecos que nos faltan. El planteamiento del comienzo en sotto voce de la directora provoca un progresivo interés del espectador, tejiendo una red enigmática con la que no hay vuelta atrás, de la que no te puedes desprender porque va adquiriendo un tono cada vez más y más absorbente, a la vez que vagabundo y extraño.

Laura Paredes. 

Cine hecho para escuchar –también para ver, donde lo pictórico es bastante elocuente y más misterioso y confuso, a veces– porque lo contado, las conversaciones o los audios van desenmarañando esas incógnitas, esos planos, que ni Rafael (Rafael Spregelburd), su pareja, ni Chicho (Ezequiel Pierri), ni nosotros, conocemos y deseamos conocer y descodificar. Ellos por estar a la deriva, desorientados por la falta del personaje femenino, piedra angular del relato y nosotros por desentrañar el inquietante origen de todo. Personaje central el de Laura, prolongación del de su ópera prima “Ostende” (2011), una bióloga con curiosidad y observación constantes de su entorno y un afán por edificar historias a través de detalles que ve en unos clientes del mismo hotel donde pasa unos días. Citarella ha madurado respecto a su debut, ha alzado el vuelo y deshace lo que de monocorde, aunque interesante, se lo podría achacar a ésta, brotando en “Trenque Lauquen” a la epidermis arcos narrativos sin rumbo fijo aparentemente, que se desdoblan o incluso trifurcan –como ese espejo de “Citizen Kane” infinito que reflejaba mil rostros y que aquí lo hace también, transformando el tono y la dirección– y que nos llevan a su merced sin que se podamos acercarnos en lo más mínimo al porqué.



Cine impredecible –como las letras del título que salen al final de la primera parte que aparecen una a una desordenadas–, errabundo, sin brújula, cuya médula es el placer de fabular, de perderse en relatos con naturaleza mutante (como el ser sobrenatural que sostiene en gran medida la segunda parte de la película), con mezcolanza de géneros, inclasificable, donde no se concluye, ni se cierra, que va y viene y nunca sufre un bajón.

Jean Renoir decía que un director hacía una película en su vida, que luego la rompía en pedazos y la volvía a hacer; por ello agrada encontrar también otra “sinalefa” que une el cine anterior de la directora con su evolución posterior. Detalles que ves y que provocan que unas películas inciten y construyan la genealogía de otras con conexiones como Aleksandra Kolontái (1872-1952), escritora marxista y feminista rusa de la que sale su libro “Autobiografía de una mujer emancipada” en el documental “La poetas visitan a Juana Bignozzi” (2019), codirigido con Mercedes Halfon. Libro que vemos con anotaciones en sus páginas igual que en “Trenque Lauquen” y que se apropia de un momento clave en el desarrollo de ésta, desatando un punto de inflexión en la bióloga Laura, mientras busca mujeres importantes en la biblioteca del pueblo donde está desarrollando una investigación botánica durante meses para la Universidad, colaborando paralelamente con una columna en un programa radiofónico.


Laura Citarella y su equipo se olvidan conscientemente de la capacidad de síntesis, si se tienen que detener en el proceso de creación e impresión de un periódico lo harán; si consideran importante cómo funciona un programa de radio en directo lo harán también; si integran varias veces la preciosa canción que necesita escuchar Chicho desolado dentro del coche titulada “Los caminos”, lo verán conveniente. Esos subrayados, cortes abruptos de música, reiteraciones de frases en audios grabados explicativos que se entrecruzan y solapan con flashbacks para arrojar luz a la desaparición de Laura, personajes algo espectrales (el de Elisa Carricajo), situaciones rocambolescas, saltos continuos que crean una dislocación temporal o historias casi de ciencia-ficción hacen de “Trenque Lauquen” un producto adictivo por la diversidad buscada y hallada en lo narrativo.

Rafael Spregelburd. 
Ezequiel Pierri.
Elisa Carricajo.

Pero también posee elementos introspectivos, naturales, pausados y aquellos en que la primera vez que salen no te detienes, para posteriormente ser retomados y explicados acentuando su solidez, encontrando ahora sí el momento apropiado con el fin de que nos cercioremos de la causa de su inclusión. Personajes como “Lady Godiva”, que paseó su cuerpo desnudo montada a caballo en el s.XI podrían ser un Macguffin, pero en realidad despierta un erotismo en Chicho, que trabaja en el área de movilidad de la Municipalidad de Trenque Lauquen y que acompaña en su camioneta a la bióloga Laura para clasificar especies de flores. Sus conversaciones en el interior del coche o en las comidas basadas en unas investigaciones paralelas generadas en una subtrama de alto contenido sexual hallada a raíz del libro de la escritora rusa comentada con anterioridad, van creando una complicidad y una chispa sutil, delicada, nada chirriante. Aunque sí deliciosa, quizá demasiado invisible debajo de la expresión algo hierática de él, pero que sus ojos húmedos delatan en su mirada clavada en el rostro de ella desatendiendo lo que le explica, en los fantasmales espacios que habitaron los dos en el pasado y en el mensaje grabado que escucha con Juliana (Juliana Muras), la directora del espacio radiofónico. 

La mezcla de realidad-ficción que involucra al conductor por lo que escucha de Laura genera otra vía tangencial a la trama “principal”, donde él mismo cae de forma irremediable, apasionado por la verbalización de unas cartas de amor, que en boca de Laura adquieren un matiz demasiado íntimo entre los dos.





La película cartografía cada espacio del pueblo y el paisaje que le rodea, llamado Trenque Lauquen (laguna redonda), cuyo nombre tan singular para nosotros, foráneos, se funde y forma parte del intríngulis. Sus escenarios salen repetidamente, evidenciando sus pequeñas dimensiones, pero que en cada plano nuevo se transforman y van cobrando un nuevo significado. Citarella sabe mostrar en el recorrido por sus calles la arquitectura extraña, próxima a lo sobrenatural, a lo abstracto e indeterminado como lo haría Antonioni en su cine. Si la lectura de este texto resulta poco concreta y clarificadora, está buscada a propósito, tratando de viajar en consonancia con lo oculto de esta road movie alternativa, acompañada de las sugerentes e inquietantes notas del magnífico y siempre presente compositor en el cine de “El Pampero”, Gabriel Chwojnik.





Para culminar este escrito, reflejar que es un cine que se sumerge en personajes femeninos inaprensibles (muy común lo femenino en el universo de “El Pampero”) con piel de pez, resbaladizos e independientes. Que desaparecen porque así lo desean, buscando sin desear encontrar, que vagan y abren tantas perspectivas vitales como finales sin cerrar ofrece esta gran historia.







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