OBJETO DE ESTUDIO (2024). Raúl Alaejos.

OBJETO DE ESTUDIO (2024). Raúl Alaejos.


Documental ganador del Premio del Jurado en el reciente Festival MajorDocs rodado en Groenlandia buscando acercarse a la comunidad Inuit y, en concreto, a los descendientes de los exploradores Robert Peary y su ayudante Matthew Henson, que ansiaban ser los primeros en llegar al Polo Norte en esos años en que los descubrimientos iban de la mano de los avances tecnológicos. Nos cuentan que Peary, al fracasar en anteriores intentos, pensó la extravagante y elitista idea de crear una “super raza” a principios del s.XX salida de la combinación de lo salvaje de los esquimales y la inteligencia de la raza blanca. Así, se mezclaron con mujeres inuit dejando sus apellidos en sus hijos y sucesores después de más de cien años. Alaejos pone rumbo a Qaanaaq y Siorapaluq para intentar estudiarlos y entrevistar a varios de ellos, entre los que está su tataranieto, que admite no pensar demasiado en su ascendencia. Me gusta el cine en el que se aprenden datos y te obligan a tirar del hilo para saber más. Lo que se cuenta de esos exploradores y sus intenciones posteriores está suavizado, aportando el protagonismo a las personas que aparecen generosamente y se adueñan del relato con su fuerza, cotidianeidad y sinceridad.

Peary.

Hallamos un trabajo heredero de los primeros documentalistas como el incunable Robert J. Flaherty. Aquellos directores y a la vez aventureros como Jean Rouch posteriormente que rodaron en espacios inhóspitos que desataron gran curiosidad por su lejanía y desconocimiento de su cultura. Así, con sus grabaciones, dieron testimonio de sus grandes estudios antropológicos y etnográficos que tanta influencia ejercieron en otros. Sin duda, Objeto de estudio bebe de esa rama del cine testimonial, in situ, del que se adentra en comunidades que viven en situaciones muy dispares al público receptor, tanto en sus condiciones de vida extremas, como en sus costumbres. Aunque en el tono de este documental sobrevuela la permanente duda de si lo grabado estará bien, si será suficiente o no tendrán algunas entrevistas demasiada trascendencia. Un ejercicio metafílmico que aporta otro aire interesante al escucharse en voz en off lo dubitativo del proceso, lo que se va rodando hasta ese momento o la aparición de tomas de preparación de planos que lo hacen más directo, vivo y fresco, así como una autoconsciencia y reflexión sobre una posible “invasión” en el hábitat de esos pueblos.

Henson, el otro explorador.

También observamos un cierto aire iconoclasta en un momento en que se escucha música pop de fondo con el hombre que conduce un trineo tirado por perros, más dinámico y alegre; rompiendo así el tono de la escena aérea anterior provista de una poderosa y majestuosa fuerza visual. La de numerosos trineos en paralelo deslizándose por los llanos nevados y montañas al fondo con un enorme magnetismo provocado por el silencio y la concentración de luz pura blanca que desprende. La nieve siempre presente como fondo de conversaciones, en el entorno de pequeños módulos aislados o casas donde refugiarse del frío (aunque en la radio se escuche que hace un día “estupendo” de -10º). Como escenario clave para una puesta en escena de lo remoto, del aislamiento. 



El director y su equipo ruedan a estos herederos de apellido foráneo y habitantes comiendo en actitud callada y melancólica, saliendo de misa, pero también nos enseñan su calidez en una secuencia larga de aplausos y alegría en una reunión enorme o a niños jugando en la nieve. Vemos la piel de un oso disecado que me recordó por su composición a una película soviética en la transición del mudo al sonoro llamada Odna (1931), de Kozintsev y Trauberg. Salen animales disecados, decoraciones de interiores muy singulares y personas muy tranquilas en las puertas de sus hogares. Gente a la que no le interesa lo más mínimo su origen, si la expedición al Polo Norte fue real o no. Personas que son conscientes, eso sí, de haber sufrido en el pasado una intromisión en su medio a partir de la ambición y ganas de repercusión de otras menos respetuosas. Aunque tampoco se sienten avergonzados.



En este sentido la escena del meteorito Ahnighito casi al final (que descifra la extrañeza del prólogo del documental), nos expone que Robert Peary, a pesar de que se trató de ocultarle la presencia de un gran meteorito de hierro de toneladas caído en la zona, se lo llevó con mucha dificultad a Nueva York, obteniendo una gran cantidad de dinero por ello. Uno de los más grandes del mundo y que había servido históricamente para hacer cuchillos y arpones para generaciones anteriores. Otra invasión aplastante de la supremacía sobre los indígenas (otra más en la historia) añadida a la familia inuit que siguió al explorador engañada a EEUU (entre ellos, Minik, un niño con final atroz, como otros miembros) para ser objeto de estudio y demostrar a la sociedad neoyorquina que su proeza era real. El chico que habla al final comenta en inglés que “antes se llevaban nuestras cosas y ahora nuestras imágenes para mostrarlas al mundo”, como si fuera lo mismo, recibiendo un trato poco respetuoso. Seres extraños a los que observar desde una lejanía cultural que se cree superior.


Peary con el meteorito en su traslado.

El final del metraje lleva al cementerio con cruces blancas que apenas se distinguen de la nieve, a los nombres de los muchos fallecidos con apellido Peary y Henson y la reunión para una foto final de las dos familias que viven ajenas a la historia, viviendo su presente. Con esos rasgos tan reconocibles y singulares, testigo de su origen remoto en otro continente; gente superviviente en el hielo, cazadores ancestrales… Resonancias atávicas de una cultura concentrada en los sonidos que emite al golpear el único trozo de meteorito que les quedó y que abre este documental.
Honesto y respetuoso acercamiento antropológico a estos pueblos de Groenlandia.






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