I AM A FUGITIVE FROM A CHAIN GANG (Soy un fugitivo) (1932). Mervin LeRoy.

I AM A FUGITIVE FROM A CHAIN GANG (Soy un fugitivo) (1932). Mervin LeRoy.


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Existe esa pregunta permanente de si el cine sirve para cambiarnos como sociedad desde que se consolidó como un medio generador de imágenes que llevaran al entretenimiento, a las ideas, al arte, o a la difusión de cultura. A la vista está que no, pero por el impacto que causó desde su nacimiento, sí ha podido resultar un vehículo de concienciación, de denuncia que intente conducir hacia cambios estructurales o al menos de mejora de los mismos. Existen muchas iniciativas desde las primeras décadas del pasado siglo por promover productos de raigambre social, político o humanitario.

En estas coordenadas se originó Soy un fugitivo (I Am a Fugitive from a Chain Gang), película enmarcada en la depresión americana después de la gran crisis de 1929, que dio luz verde a historias de realismo social y denuncia. Este cambio de rumbo hacia cine carcelario fue motivado por la presión de la oficina Hays hacia las películas exitosas con la figura glorificada del gánster. Previniendo su gran eco e imitación por la sociedad, la censura las prohibió en 1931, provocando una derivación de los estudios hacia otra temática como el sistema penitenciario, que ya había resultado rentable en otras anteriores más suaves. A ello contribuiría el enorme éxito y conmoción de la novela basada en la historia real de Robert E. Burns, un presidiario inocente condenando a diez años de prisión con trabajos forzados que terminaría fugándose e insertarse en la sociedad con otra identidad, pero siendo de nuevo encarcelado y engañado por el sistema que le había prometido el indulto.

Por ello, Hollywood, uniendo éxito comercial y calado social, abordó historias carcelarias muy duras, hasta tal punto que tres estudios al mismo tiempo lucharon por crear el mejor producto. La Warner se haría con los derechos de la novela de Burns, la Universal rodaría Laughter in Hell y la RKO, Hell’s Highway, estando esta última basada en otro caso real, adelantando apresuradamente su estreno respecto a la de la Warner. Aunque la de la RKO fue una película muy cruda, excelente, fue eclipsada por el rotundo éxito de Soy un fugitivo, que conmocionó a la sociedad de los años treinta inmersa en una crisis económica de un país que vivía una de sus peores épocas.

Si bien en la película de LeRoy existe una seca aspereza y escenas bastante desoladoras, éstas fueron mitigadas por una censura precode que no asfixiaba tanto como después de 1934, pero que sí alicortaba guiones e iniciativas con el propósito de denuncia. Hays y Joy observaron que este tipo de historias podrían ser incluso más peligrosas que la de gánsteres, así que no estaban dispuestos a que Hollywood representara la punta de lanza que denunciara instituciones, ni leyes. Se les aconsejaría abandonar los proyectos, y al no atender a esa petición, la consecuencia fue que, si bien se recrearan las torturas, trabajos forzados legitimados por la ley y humillaciones sufridas por los encarcelados, no podría reflejarse el estado en que se desarrollaban (Georgia), ni se especificara la zona de EEUU en que estaban ubicados esos campos (el sur). Así, nacería esta historia asesorada por el mismo escritor, plena de acritud, muy pesimista y protagonizada por el enorme Paul Muni, que comentó a Burns que “no quería imitarle, sino ser él”. Un golpe rotundo a la sociedad americana con este desabrido relato, que narra la llegada de la I GM de un chico con aspiraciones, optimista, engullido por la miseria, el desempleo y una pena a trabajos forzados con torturas frecuentes, siendo inocente de un crimen. Castigos que no se ven, pero que el director nos hace ver con un magnífico travelling por las caras de los demás presos anclados con sus cadenas a las camas. Penas que se llevan consigo para siempre los que consiguen salir y no saben andar sin los grilletes. Ansias de libertad, inconformismo, lucha, reinserción propia y la frialdad de un sistema implacable reunidos en esta película bien narrada, directa y con un final yermo, tan afilado, como desesperanzador, que desataría una ola de concienciación y petición de reforma de leyes penitenciarias.

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