Crónica de una melancólica rendición. NUEVE CARTAS A BERTA (1966), de Basilio Martín Patino.



Crónica de una melancólica rendición. NUEVE CARTAS A BERTA (1966). Basilio Martín Patino.

Con motivo de la fecha del nacimiento de Basilio Martín Patino un 29 de octubre de 1930, me dispongo a recordar esta publicación que escribí hace años por la impresión que me causó esta ópera prima de uno de los directores españoles con más talento e indispensable en nuestra cinematografía, por esa manifestación amarga de un sentir generacional que luchaba por despegar. No tan conocida como debiera, sin embargo ganó la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián y fue proyectada restaurada por Filmoteca Española en 2022 en ese mismo festival en Klasikoak, la sección que rescata clásicos de la historia del cine.


Comienza esta película con un pequeño rótulo que alude al poema “Españolito” de Antonio Machado. “Esta es la historia de un español que quiere empezar a vivir y a vivir empieza…” Toda una declaración de intenciones si seguimos el poema “...entre una España que muere y otra que bosteza…”, que lógicamente la censura no podía permitir que se viera…No siendo ésta la única alusión al gran poeta en esta fabulosa historia, sino que vuelve a existir una referencia a él por un libro del protagonista en la que uno de los personajes exhibe sin pudor su desconocimiento del gran escritor, algo muy revelador de una cultura cercenada por los vencedores.


“Nueve cartas a Berta” posee una originalidad sin precedentes en la filmografía española. Constituyendo lo que se denominó el “Nuevo cine español”, este trabajo hace gala de una nueva forma de narrativa cinematográfica, con una continua voz en off del protagonista (Emilio Gutiérrez Caba), que abre su alma mediante cartas a una chica (Berta) que nunca llegamos a conocer visualmente, pero sí en espíritu. Se entrelazan planos casi documentales urbanos y de bailes, que nos remiten a la Nouvelle vague, a través de secuencias costumbristas de una España anquilosada y lastrada, así como fotogramas sueltos y primeros planos que enfatizan la gramática de este relato y una división por capítulos con imágenes medievales de presentación. Toda una arriesgada apuesta para esos tiempos, que pocas veces podía asistir a algo verdaderamente interesante en una época de intervencionismo cultural y educativo, en la que abundaban poco estos “mirlos blancos” que, a veces, una burda censura dejaba escapar para gozo de unos y desconcierto de otros. Como esas dos Españas que denunciaba Machado.



Hemos abandonado las relaciones epistolares, ya no digo con el encanto de las manuscritas, que parecen ya un ejercicio de estupidez arcaica solo para clásicos en extinción, sino que ni siquiera en la era digital somos capaces de enviar textos sentidos, que acerquen en la distancia. Todo es efímero, superficial y fugaz. Pues este film ahonda en la importancia del recuerdo, de la memoria, en los sentimientos depositarios de lo esencial, lo que nos hace ser más que nunca, emocionarnos, vivir, en definitiva. En sentirnos más próximos a personas remotas, que a nuestro entorno. Y también constituye un homenaje a aquellas personas que, presas del peso de los que se imponen por la fuerza de la sinrazón y la barbarie, tuvieron que exiliarse para no desaparecer en cuerpo y hacer perdurar los ideales de los vencidos.


Berta es una joven, hija de exiliados españoles en Londres, intelectuales y libres, que nunca ha conocido España, su origen. Lorenzo viaja a esa ciudad por un tiempo y vuelve cambiado. Ha experimentado una metamorfosis ya indeleble por la apertura cultural, política y social que ha significado contactar con esa especial familia y un país libre. No hay vuelta atrás, su viaje de regreso a una España de los sesenta, que presumía de un incipiente aperturismo, le resulta ahora irrisoria y vergonzante. No hay nada peor que ampliar miras, conocimientos y que te los amputen de un tajo descorazonador. La España a la que vuelve, dormida, hipócrita, silenciada, no sufre, porque la han hecho ignorante. Esa España del folklore, Semana Santa, del “qué dirán”, de mujeres vestidas de negro, hombres en bares, fiestas populares, sexo reprimido, de ir a misa y de la Iglesia entrometida hasta la médula. Un buen adormecedor inoculado convenientemente.


Me imagino los meses que pasó viviendo en ese Londres vivo, vibrando en lo que se denominó el “Swinging London”, asistiendo a conciertos de The Beatles, Rolling Stones, The Yardbirds, The Who, museos, exposiciones fotográficas y pictóricas, el necesario Free Cinema,… Reflejo del que dejó constancia Michelangelo Antonioni en su bizarra “Blow up”. Y charlando horas y horas con el padre de la chica, profesor universitario, que realiza un ensayo sobre el “Siglo de oro” español con la ayuda de Berta. Esta chica significa en realidad la libertad, el oxígeno, el saber, una alegoría bella a la vez que amarga.


Todo un choque cultural al que separa un abismo que sume en la depresión al protagonista y que se aferra en la escritura a algo abstracto, intangible, pero fundamental para su existencia. Nunca sabemos, a lo largo de la película, si Berta le responde, lo cual enfatiza la desolación de Lorenzo, que parece que habla para nadie, pero en realidad nos habla directamente a nosotros. A ese público que asistía en directo a la sala de cine y veía cuestionada su educación, sus costumbres enraizadas a golpe de bastón impuesto, a un terremoto que quería remover conciencias. ¿Lo lograría?
Lorenzo intenta comprender a sus padres, personajes frustrados, a los cuales justifica por ser un producto de la Guerra Civil, que voló por los aires sus aspiraciones e ilusiones y creó unos seres indolentes, egoístas y poco comprensivos con la “enfermedad” que trae su hijo del extranjero y que curará con la sumisa novia -geniales los planos de la languidez y desencanto de la pareja por las calles- que le espera en Salamanca (Elsa Baeza) y una vida "como Dios manda".



Me parece una obra maestra que además hace casar perfectamente un realismo social con poesía visual en esos planos ralentizados y sobre todo quería destacar en el magnífico travelling por el casino de Salamanca en el que los hombres miran congelados a cámara, simbolizando esa España muerta intelectualmente y sumida en el oscurantismo. Nos contagiamos de ese ritmo pausado, de esa languidez y melancolía que rezuma por todos sus poros esta película. Amargura en cada plano en esa arquitectura de calles que parecen engullir a los personajes y lo yermo de sus paisajes. La emparento casi inconscientemente con esas obras maestras que son "Calle Mayor" y "Nunca pasa nada" de Bardem, historias muy parecidas sobre una España artrítica, rancia y tradicional, aunque narradas de otra forma.


¿Qué desea Lorenzo con sus dudas existenciales? ¿Hacer una pequeña revolución en su entorno? ¿Volver a ese Londres que intuimos, pero nunca vemos? ¿Rendirse ante la evidencia? En la escena final asistimos a una frase sin emoción entre la pareja de novios: “Está llegando la primavera” y un beso frío como un témpano que nos sume en el estado de conformismo y desesperación callada con la que vivirá permanentemente este chico desubicado e infeliz.



Rodaje de la película. Imágenes extraídas de la página "rtv. Salamanca al día.es".



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