Paco Sepúlveda. La delicadeza en el cine. EL CAPOTE

Paco Sepúlveda es licenciado en Derecho y un gran cinéfilo con mucho conocimiento y gusto exquisito cinematográficos. Escribe relatos cortos con gran acogida en su página y publicó su libro Route 66, Fila 7. Ed. ExLibric  sobre cine norteamericano. Su escritura es elegante y fluida, muy cuidada.


La delicadeza en el cine. EL CAPOTE

Entre los términos que sirven para acercarnos a la personalidad de un artista, parece razonable pensar que el de la sensibilidad es el que mejor puede explicarnos la principal pulsión del que acomete un proceso creativo.
Entiendo que la persona que carezca de un temperamento sensible se encuentra incapacitada para la elaboración de una obra de arte, ya que la sensibilidad es el filtro que hace que el artista vea el mundo de una manera diferente al resto de los mortales, y que tenga las herramientas innatas necesarias para mostrar su visión a través de la creación.
Dada por buena esta teoría, es conveniente señalar que la referida sensibilidad no se manifiesta de la misma manera en todos los creadores de contenidos artísticos.
Centrándonos exclusivamente en el ámbito cinematográfico, la sensibilidad alucinada de David Lynch poco tiene que ver con la furiosa de Samuel Fuller, y esta a su vez se diferencia notablemente de la atormentada de Ingmar Bergman o de la encantadoramente sutil de Ernst Lubitsch.

"Los comulgantes" (1963). Ingmar Bergman.

Esa amalgama de sensibilidades es la culpable de que el cine sea una de las más ricas expresiones artísticas y de que, dentro del extenso grupo de obra maestras del medio, cada uno tenga sus preferencias en relación a la mayor o menor conexión con el sentir del autor de la obra de que se trate.
Tengo que confesarlo: a mí me gana la delicadeza. Al menos en las maneras cinematográficas.
Cuando prima el gesto mínimo sobre el subrayado, el punto de vista casi esquivo sobre el explícito, la toma casi de soslayo sobre el plano evidente. Cuando la obviedad es un complemento innecesario, casi zafio, porque el director, a través del sabio manejo de su arte, nos ha trasmitido un sentimiento en un viaje directo al corazón saltándose la parada del cerebro.
Ése es mi cine.

"El intendente Sansho" (1954). Kenji Mizoguchi.

Por eso me gusta el cine de Mizoguchi y la imagen (bellísima en su atrocidad) de la figura femenina adentrándose lentamente en el lago en la escena de suicidio de “El intendente Sansho”. Por eso me sigue produciendo escalofríos la posición de la cámara de Ophüls al mostrarnos la entrada de Lisa y Stefan en la guarida del depredador en la maravillosa “Carta de una desconocida”.
Por eso el gran Frankenheimer me logra conmover hasta los huesos con cada nueva visión de esas tomas en penumbra entre Burt Lancaster y Deborah Kerr que tan certeramente reflejan la desesperación, la muerte de las ilusiones y el hastío vital en “Los temerarios del aire”.

"Carta de una desconocida" (1948). Max Ophüls. 


"Los temerarios del aire" (1969). John Frankenheimer.

Como los antedichos, decenas de ejemplos que harían de éste un comentario interminable y que me han procurado momentos de absoluto estremecimiento que me han llevado a un estado de felicidad difícilmente igualable.
Pero, como todo el mundo, yo también tengo mis favoritos. Y el director de westerns tuerto se impone a codazos y de broncas maneras por delante de todos ellos.

El director John Ford en el rodaje de "Misión de audaces" (1959). John Wayne y Constance Towers.

Es realmente curioso el comparar la obra de John Ford con lo que conocemos de su carácter a través de entrevistas y bibliografía y comprobar que, en función de los milagros cinematográficos que ha regalado al Séptimo Arte, las formas rudas e incluso soeces del genio no hacían sino ocultar una sensibilidad al alcance de pocos creadores.
Haciendo un soberano esfuerzo de contención con el fin de evitar que este texto se convierta en un interminable inventario de momentos gozosos, voy a escoger tres momentos de la obra de Ford que, en mi opinión, ilustran perfectamente lo que quiero transmitir al referirme a la delicadeza.

Plano de la sombra proyectada de Tom Doniphon (John Wayne) tras su rendición amorosa. "El hombre que mató a Liberty Valance" (1962). John Ford.

Porque no se puede definir de otra manera la manera que tiene Ford de rodar la rendición de Tom Doniphon ante Ransom Stoddard en la carrera de ambos por obtener el corazón de Halley en la gloriosa “El hombre que mató a Liberty Valance”. Sale Doniphon de la casa de comidas después de comprobarlo todo sólo con una mirada, se despide con un lacónico "Estaré por aquí", se adentra en la oscuridad, se apoya brevemente en la pared del callejón para asumir que ha perdido al amor de su vida, y prende una cerilla que ilumina unos ojos que acarrean todas las tristezas del mundo.

"El hombre que mató a Liberty Valance" (1962). John Ford.

Tampoco se me ocurre otro término que la delicadeza para definir el momento de absoluta intimidad entre Frank “Spig” Wead y su esposa en la no suficientemente valorada “Escrito bajo el sol”, en el que mientras él descansa en el sillón, se nos muestra la escena desde atrás, centrando el foco en la mano de ella que, de pie, acaricia la masculina nuca en un gesto de ternura en el que Ford capta cinematográficamente la atmósfera de un milagro.

“Escrito bajo el sol” (1957). John Ford.

Y, por supuesto, no malgastaré mi tiempo en buscar otro término para expresar lo que siento cada vez que veo la escena del capote de “Centauros del desierto”.
La expedición está preparándose para partir. El reverendo está de pie en la sala principal de la casa del hermano de Ethan tomándose una taza de café. Entonces gira la cabeza y mira hacia el dormitorio. Allí está la señora de la casa que, sin saberse observada, coge el capote de Ethan, lo dobla con sumo cuidado y empieza a acariciarlo. El reverendo retira la vista en un gesto que aúna el pudor y el respeto, mira hacia adelante, entiende, calla y sigue bebiendo su café.



“Centauros del desierto” (1956). John Ford.

Y a la vez que el reverendo, el emocionado espectador ha comprendido sin necesidad de subrayados ni aspavientos la callada historia de amor entre los cuñados, la relación poco cálida entre los hermanos y la explicación del vagabundear de Ethan y de su descomunal desamparo.

Y sólo con un gesto y una mirada.

ESO es la delicadeza.

Y esa la razón por la que seguiré viendo cine hasta que cese mi latido.
La esperanza de encontrarme de nuevo con el capote.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Inicios y consolidación del Polar. EL GENUINO APORTE FRANCÉS AL NOIR

THE SWIMMER (1968), de Frank Perry.

VIDA EN SOMBRAS (1948), de Lorenzo Llobet Gràcia.

ESCALERAS EN EL CINE

Mujeres con piel de pez. TRENQUE LAUQUEN (2022), de Laura Citarella.