PICNIC (1955), de Joshua Logan.

PICNIC (1955). Joshua Logan.

“Picnic” posee ingredientes cinematográficos que hacen que no te distraigas en ningún momento de su visión y lectura de subtítulos. Un guion con tintes teatrales basado en la obra de William Inge, que consiguió el Pulitzer al mejor drama en 1953; un casting muy acertado con un William Holden hipersexual y buen actor, Kim Novak en unos de sus primeros papeles protagonistas con un rol entre cándido y sensual encantador, su rebelde e inteligente hermana, una madre conservadora, una vecina lúcida, la maestra madura y soltera (una estupenda Rosalind Russell) y su indolente pretendiente; una banda sonora que casa perfectamente con cada secuencia de George Duning; una fotografía muy agradable con colores sugerentes y una ambientación muy lograda de un pueblo pequeño, sin ubicar, pero bien descrito por su costumbrismo, ocio y formas de relacionarse.


Un drama en una sociedad de los 50 del siglo XX que pretende tener unidad perpetuando el conservadurismo, la mesura, lo tradicional y un aparente puritanismo. En una época de todavía vigencia del código Hays, es un alivio encontrar que, desde la misma industria cinematográfica, surgieran películas que la sortearan levemente y se erigieran como voces críticas hacia el american dream y un país que pretende colocarse como el ombligo del mundo. En ese sentido, otra película que fue autocrítica hacia ese tipo de sociedad es la más conseguida “Strangers when we meet” de 1960, con la que comparte, por cierto, banda sonora elegante y envolvente y actriz protagonista.


La película se abre y se cierra con el mismo plano, un tren que llega y que se va al día siguiente y precipita toda un serie de acontecimientos en ese viaje del errante “polizón de tierra” protagonista que arriba a la estación; pero también se convertirá en su viaje interior más profundo y los efectos que provoca en cada uno de los habitantes que se cruza en ese conjunto residencial apacible, de casas aburridas y jardines traseros en los que cada vecino conoce perfectamente la vida del otro. Ese tren transciende su significado y se convierte en algo más que un simple medio de transporte como veremos después.



Hal Carter (William Holden) recala en ese ambiente rural de forma premeditada, aunque Logan nos lo presente desde el principio como un trotamundos sin billete, maleta, ni aparente destino u objetivo. Nada más adentrarse en el residencial, su sola presencia influye de forma distinta en cada vecina, provocando diversas respuestas. La anciana Helen, lista y visionaria que huele a distancia las carencias afectivas y económicas de Hal, lo acoge inmediatamente, lavándole la camisa y dejando que trabaje semidesnudo en su jardín, lo cual provoca el interés de la joven e intelectual Millie por el espectáculo visual, el deseo callado de Madge (Kim Novak) y el recelo de la tradicional madre.


Personajes que son descritos con minuciosidad –cada uno podría perfectamente ser el protagonista de otra película por los matices de su personalidad– por un guion con muchos aciertos que hacen que la historia vaya encajando en un perfecto engranaje que desembocará en lo que ya somos capaces de intuir, pero no en qué forma y situación ocurrirá.
El vagabundo Carter, en realidad va buscando a una antigua amistad de la Universidad, que ahora es el hijo de un poderoso empresario local y que casualmente, es el prometido de Madge. Y este chico, con aspecto juvenil, pero expresión y aspecto del que lleva mucho a sus espaldas vivido y bebido –le va que ni pintado al verdadero Holden, por su verdadera experiencia vital de vivir en el abismo– va a ser el detonante para dinamitar la aparente armonía de estos ciudadanos dormidos en su cotidiano hastío y costumbrismo.


Siempre me he sentido atraída por esos personajes que eclosionan, sin pretenderlo, en un grupo social cerrado, de férreas convicciones y pone patas arriba todo lo que toca. Destaco al educado y civilizado Gregory Peck de “The big country”, de William Wyler, al que todos ven como una amenaza por sus distintas formas pacíficas de actuar, desatando un conflicto que le es ajeno. O a la magnífica y poco convencional Corinne Marchand que revoluciona un pueblo de provincias español en “Nunca pasa nada”, de J.A. Bardem, por su frescura y sensualidad. En definitiva, son foráneos que se perciben como desestabilizadores de una espesa y conservadora actitud ante la vida y el futuro.

“Nunca pasa nada” (1963), de J.A. Bardem. Corinne Marchand y Jean-Pierre Cassel.

Pues este joven, que tenía una prometedora carrera como deportista de élite, pero al que la poca fortuna se le cruzó, o que quiso beberse la vida demasiado pronto, provoca con su entusiasmo, escasos prejuicios, libertad, sensualidad, sexualidad y simpatía, una serie de emociones que estaban latentes en estos seres frustrados en la celebración de un célebre picnic en septiembre.



Posee escenas muy impactantes para la época por su marcada sensualidad, dentro de lo que permitía la censura, en las que lo que sugiere está rebosante de tensión sexual entre Hal y Madge, sin que haga falta más imágenes explícitas. Especialmente en el baile nocturno al lado del río, la rotura de la camisa por parte de la maestra amargada, que ve cómo se va otoñando al lado de un medio novio soso y poco apasionado, perdiendo los papeles al observar la virilidad, pretendiendo bailar a la fuerza con Hal. Y también en el esperado encuentro de la pareja que escapa después de todos los reproches hacia el recién llegado por la madre, amigo y especialmente la maestra, que vuelca su amargura en él a verse rechazada. Esta actriz (Rosalind Russell) lo hace muy bien, si bien en su momento de estallido emocional, cae un poquito en la sobreactuación, a mi entender. La última película que vi de ella ,“The Craig’s wife”, de Dorothy Arzner, demuestra que es una actriz con una fuerza interpretativa extraordinaria.




En definitiva, se ha hablado mucho de esta película enfocándola hacia el torso desnudo que sale muchas veces de Willian Holden, pero, en realidad supera lo meramente físico. Es el símbolo de la libertad, de la intolerancia y de una hipocresía que es el motor de una sociedad anclada en las apariencias, en matrimonios buscados para asegurar un futuro, aun sin amor. En infravalorar a los que no han tenido más oportunidades como el protagonista, por crecer en familias desestructuradas.

Y de lo que habla esta excelente película es de la absoluta soledad de todos los personajes. La que se siente excluida por sólo ser considerada guapa; la que se siente incomprendida por ser intelectual y algo salvaje; la abandonada por su marido; la que perdió su juventud, pero sigue siendo apasionada, el acomodado, que no quiere casarse. El que no sabe amar a su novia porque se ama a sí mismo y su proyecto. Y casi todos se creen mejor que este vagabundo, que en realidad ha venido a salvarlos, sin pretenderlo.



Y la desubicada Madge encuentra su sitio con él, porque le despierta pasiones de las que su frío novio era incapaz. ¿Pero será capaz de seguir a ese tren que se aleja de nuevo y cambiar el rumbo de su vida? Su inteligente hermana y vecina lo desean. Vean la película para saber cómo termina.




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