Miguel Martín Maestro. FUEGO FATUO, de João Pedro Rodrigues


Miguel Martín Maestro es magistrado penal y un exquisito cinéfilo que demuestra su pasión y conocimiento cinematográficos en cada artículo. Su escritura, fluida y elaborada, hace gala de una gran capacidad analítica y de relación con distintas temáticas y obras. Lleva muchos años escribiendo en varias revistas digitales y en su blog  Nos hacemos un cine  con mucho éxito. Buscador infatigable, siempre está a la última de todas las novedades.

FUEGO FATUO, de João Pedro Rodrigues

Una “fantasía musical” en palabras de su director, quien necesita solamente poco más de sesenta minutos para trazar su esperanza de un Portugal abierto, solidario, confluyente, participativo, donde los polos opuestos sean capaces de coincidir en tiempo y espacio con absoluta naturalidad. Musical porque el director utiliza el ritmo de las canciones incluidas en su banda sonora para ajustar el ritmo de la narración a su sentido, o al sentimiento que las músicas aportan provocando coreografías en sus protagonistas que acercan lo lúbrico y lo sexual a los ojos del espectador, fantasía porque João Pedro Rodrigues, como es seña de identidad en su cine, huye de lo verosímil y de lo verídico para inventar o representar mentalmente sucesos, historias o imágenes de cosas que no existen en la realidad o que si lo fueron no están presentes. 
No había familia real en el Portugal de 2011 ni en el de 2069, y sin embargo asumimos como aceptable a través de sus imágenes, la convivencia sin conflicto entre un rey y un presidente de la república, el agua y el aceite, o mejor traído a la historia de la película, el agua y el fuego conviviendo sin extinguirse recíprocamente, porque el mundo de los bomberos permite a Rodrigues acercarse a otro de sus temas preferentes en su cine, la homosexualidad masculina.


Habría muchas referencias a las que asomarse viendo la película y el uso poco convencional de la música para dar el ritmo a la película, esa revitalización del cine musical huyendo del modelo clásico (afortunadamente) para explorar nuevos caminos que aúnen música, cine, fotografía, pintura y literatura, y sin embargo es con “La bella durmiente” de Ado Arrietta con quien la ambientación historicista del relato más hilos de conexión me facilita. No estamos ante una película marcada por la música constante, pero si la suficiente como para que la puesta en escena adquiera el ritmo de un ballet contemporáneo donde la figura masculina atrapa por completo el campo visual. 


Si la película comienza con un guiño a Orson Welles y su “Rosebud”, el final hasta se acercaría al blockbuster de turno cuando un personaje desconocido concurre al funeral del rey sin trono y descubre su rostro retirando su capucha ante la mirada atónita de los invitados, escenografía compatible con una versión económica de una ópera wagneriana si no viniera puntuada por el inevitable cierre con un fado, irreverente, pero fado que evita que perdamos de vista la referencia geográfica de nuestros protagonistas, los portugueses del futuro.


Si Rodrigues coquetea con el tableau vivant en no pocas de las escenas quizás lo haga por acercarse a otro de los referentes del cine homoerótico europeo como fue Derek Jarman, incluso no duda en acercarse con esa representación a un provocativo recorrido por la historia de la pintura donde el claroscuro con el que se filma la escena en el interior de los vestuarios de los bomberos nos sacude como si un Caravaggio o un Ribera contemporáneos hubieran resucitado para la ocasión. Hay manierismo en la composición de los cuerpos, pero hay naturalismo en el ambiente donde ese manierismo se desarrolla, hay artificiosidad en los diálogos de la misma manera que las escenas se circunscriben al ámbito de la cotidianeidad, hay provocación, pero también hay inocencia. 


Porque nos movemos en el corto espacio temporal de unas semanas, de un recuerdo como el de Foster Kane en el momento de morir, representado aquí por un camión de bomberos de juguete abandonado en la habitación donde agoniza y que provoca que el no rey Alfredo recuerde su historia de amor con el bombero Afonso. La película se compondría de un flash back que pasa del relato concienciado en defensa del medio ambiente, al drama queer, a la historia de amor fou entre el heredero del trono y el compañero tutor y al cierre indefinido intuyendo que aquello no dejó de ser un amor de verano concluido de manera abrupta, preludiado por la agonía y el funeral de Alfredo.


Guiños abolicionistas, guiños de integración racial, humor, peculiar, pero humor, como el rescate simulado donde el pretendiente al trono (¿será éste el homenaje implícito de Rodrigues al rey Sebastián de Portugal?) es sacado en volandas por su compañero como si de una damisela desmayada se tratara, o la conversación familiar en palacio donde el heredero revela su decisión de integrarse a la vida civil para preservar los bosques de Portugal como una riqueza del país donde su padre no ve más allá del orden inquebrantable del bosque y su riqueza material mientras la naturaleza, y los portugueses, son asolados por los incendios (guiño al presente). 


 Como dice el propio Rodrigues “los protagonistas llegan a un mundo de fantasía, una especie de frontera entre lo posible y lo imposible”. La película aparenta ligera, o lo es en cuanto su realización y su forma de presentarla no oprime al espectador como es habitual en el cine del director portugués, cercano siempre a ambientes cerrados, clandestinos, hasta excluyentes (“El fantasma”, “Morir como un hombre”, “La última vez que vi Macao”) o de absoluta soledad e introspección (“O ornitólogo”), aquí el ámbito íntimo no abandona la ironía, la provocación sexual, hasta el espacio abierto luminoso del verano. Rodrigues invita a muchas lecturas sin abandonar el toque melancólico tan habitual en nuestros vecinos, hay una añoranza hacia un pasado idealizado que no pudo tener lugar pero que es agradable reinventar a fuerza de fantasía.




Entrevista al director en CAIMÁN, CUADERNOS DE CINE. 31/03/2023.

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