Rosario Troncoso. SHAME: LA BELLEZA EN LA SORDIDEZ



Rosario Troncoso es poeta y profesora de Lengua y Literatura españolas. Tiene su propia editorial y muchos libros publicados en diferentes editoriales con los que ha ganado diferentes premios. También es directora de revistas culturales. Posee una alta sensibilidad en sus poemas y escritura y desde el año pasado ha querido dar el paso a escribir sobre cine.

SHAME: LA BELLEZA EN LA SORDIDEZ

El cuerpo es un simulacro de algo que sucede más abajo sin razón ni sucesos,
en la raíz donde comienza el tiempo.
La carne viva abierta de la oscuridad sempiterna.
Rafael Courtoisie.

Del mismo modo que algunos libros esenciales si se releen cobran vidas distintas, hay películas que llegan en momentos vitales concretos difíciles de gestionar. Y no es posible pasar por alto que en estos tiempos "Shame" pueda dejar una imborrable huella en los corazones cinéfilos más sensibles que se enfrenten a ella por primera vez, o la redescubran en medio de estos días tan raros. Mi primera vez fue en dos mil quince, cuatro años después de su estreno. Me arrastró al fondo por completo para ahogarme de placer. Sí. Los primeros minutos de erotismo sutilmente salvaje en el metro. Las secuencias largas estructuradas con maestría, la hipnótica banda sonora de Harry Scott y la aparente lentitud en la progresión del hilo argumental, son los ingredientes que logran que la brillante interpretación de sus dos protagonistas alce el vuelo hacia un inusitado deleite (o sufrimiento disfrutado) casi por sorpresa, pues no estamos ante una película erótica, a pesar de las escenas de alto voltaje. Aunque también, si sabemos valorar la belleza en la sordidez.


El leitmotiv es la feroz adicción al sexo de Brandon Sullivan (mi adorado y extrañísimo Michael Fassbender) y la incontenible sed, la búsqueda desesperada del alimento en la esencia de otra piel, un mal que se extiende sin control, si reflexionamos sobre ello, es la ansiedad por calmar el insoportable vacío, en el caso de nuestro protagonista, para llenarlo de carne insustancial que no hará más que incrementar el abismo. Un hombre joven, bello y magnético como un vampiro, delgado y etéreo pero insultantemente bien dotado, de cuyo pasado no se adivina nada: sus sombras son precipicios ante nosotros. 


La solvencia de esta película está en el poder para guiarnos , y así establecer rápidamente el diálogo y permitimos que la atmósfera nos envuelva para llegar a sentir la extrema soledad y el miedo. El exceso de sexo para aliviar la culpa por exceso de sexo, o, quizás, otras culpas distantes y distintas que se intuyen en los ojos herméticos de su hermana Sissy (Carey Mulligan), una adorable muñeca de aparente ingenuidad, que llega a desbaratar el mundo de su hermano, y contribuir a la herida que deja el bucle vertiginoso del que ninguno de los dos sabe salir.



En ellos se intuye el intento de normalizar, de fingir, de establecer vínculos “normales”. Pero el dolor atraviesa la pantalla en la soberbia interpretación de ambos, aunque es Fassbender quien sostiene en sus manos todo el peso dramático hasta el final.
El frenesí cortante de cada uno de los encuentros sexuales que se muestran en la cinta nos mata de frío, y es lo que pretende precisamente McQueen: el desasosiego absoluto, y la conciencia plena de la soledad trascendental a la que todos tememos y de la que nos defendemos buscando enterrar nuestro terror y las carencias entre las piernas de los otros. Juguetes rotos en una lucha salvaje por huir de la certeza de un entorno estéril. La frivolidad ya es imposible. Somos, a través de ellos, personajes sensuales pero vacíos, sensoriales pero perdidos.


No solo es digna de alabanza esta película por la extraordinaria capacidad del director de arrojarnos a la cara nuestros prejuicios sobre la adicción sexual, un desorden del que conocemos muy poco y que es mucho más común de lo que creemos, sino que los actores escogidos se mimetizan con brillante precisión con el ambiente opresivo y hostil, metáfora de los tiempos que vivimos, donde lo más básico contrasta con la sofisticación antinatural que no somos capaces de soportar.



No me sorprendió que Steve McQueen, quien firma el magnífico guion junto a Aby Morgan, superara mis expectativas después de conquistarme para siempre con el drama histórico Hunger (2008), también protagonizado por el camaleónico e incombustible Fassbender. Destacable también, cómo no, es la impecable fotografía de esta película, de la mano de Sean Bobbitt, y es un elemento esencial, al igual que la ya mencionada banda sonora, un personaje integrado más en la fuerza dramática del filme, que descansa sobre unos planos largos perfectos. Las imágenes en exteriores, la fuerza de la ciudad y su falta de empatía.


"Shame" no es solo una película sobre la voracidad sexual. Es una reflexión sobre la fragilidad y el deseo, sobre la confusión de las generaciones actuales y la pérdida de control al desconectar de forma abrupta por medio del abuso y la ausencia de espiritualidad en muchos casos. Es todo un grito desgarrador de auxilio al vernos reflejados en el espejo que McQueen nos propone de forma dolorosa y certera, como siempre, por eso esta poética obra ha de afrontarse con predisposición a la reflexión, al debate y al profundo aprendizaje. Asumir que hay belleza en lo más oscuro si se sabe encontrar luz suficiente para iluminar los recovecos y así vencer nuestros propios vicios.



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