LES SCÉLÉRATS (1960), de Robert Hossein.


LES SCÉLÉRATS (1960). Robert Hossein.

Estamos familiarizados más con Robert Hossein como actor, pero su faceta como director no es nada desdeñable, al contrario, descubrir su cine me resultó muy grato, y es extraño que sus películas no sean reconocidas como merecen. Un cine que saca mucho partido a sus recursos, con buenas adaptaciones, música y puesta en escena con excelente factura.
Como ya hizo en “Les salauds vont en enfer” (1955), Hossein recurre de nuevo a Frédéric Dard, escritor especialista en género noir, que adapta su novela homónima y realiza los diálogos.

Les salauds vont en enfer (1955). Marina Vlady y Serge Reggiani.


Este director sabía desenvolverse a la perfección en escenarios interiores, a los que dotaba de gran tensión por las relaciones humanas enérgicas que se generaban en esos espacios reducidos. En esta ocasión abandona cabañas solitarias en la playa como en su ópera prima y en “Point de chute” (1970) para efectuar un recorrido hacia París, en concreto a los suburbios del oeste, zona que a partir de los 50 experimentaría una transformación debido a la colonización de la clase social alta con sus fastuosas casas de diseño. Barrios tradicionalmente miserables que, paradójicamente, irían despareciendo para convertirse en zonas residenciales de lujo, aunque durante esa transición, habría espacios comunes o cercanos en que la convivencia dispar de recursos y nivel socioeconómico era algo cotidiano.



Aunque cuesta creer, por la recreación en los estudios Boulogne que hubiera tanta proximidad entre la casa de los Rooland –una pareja americana que recala en Francia por el trabajo de Jess, el marido (Robert Hossein)– y la de la familia de clase baja que vive justo en frente, está bien planteado. Esa singular espacialidad con una calle oscura y estrecha que los separa en realidad les confiere un sabor teatral por servir ese impactante hogar de escaparate o escenario con esas grandes cristaleras que exponen insultantemente su esplendor y forma de vida diametralmente opuesta a ese matrimonio con una hija de veinte años que se asoman por su minúscula ventana fascinados por la opulencia y el contraste. Luz, modernidad, espacios diáfanos, gran salón y cocina, escaleras exentas, alfombras, decoración ostentosa, se filtran cada noche eclipsando la deteriorada edificación de ladrillo oscuro sin pudor y rebasando la línea que divide mundos antagónicos.


Esta atracción y fascinación se traduce en realidad en una lucha de clases, pues la joven –una chica solitaria y extraña– cada día observa minuciosamente cada metro cuadrado de la vivienda, los movimientos del matrimonio, horarios, lujoso coche y diálogos, tejiendo una tela de araña en la que pronto caerán. A pesar de su aspecto cándido, una mente calculadora le hará introducirse como criada de la pareja, accediendo a un mundo codiciado que la deslumbrará.




Los padres deseosos del sueldo de la hija y contentos con sus aspiraciones y sueños que ellos nunca tuvieron –él, pintor que espera un futuro mejor y ella, una mujer muy práctica por la necesidad– curiosean todo el día y velan por ella, ya que la excentricidad y extraña actitud de la pareja les causa recelo. Un matrimonio que esparce su intimidad por doquier entre reproches, disputas, frialdad absoluta en el trato –hasta se hablan en idiomas distintos, ruso e inglés, que enfatiza más su incomunicación– y que genera inquietud cuando ella le dice “killer” arrojando un vaso de whisky en su coche.






Hossein envuelve en misterio y suspense la historia, pues nos queda la duda de por qué Thelma (Michèle Morgan) es alcohólica y odia a su taciturno y enigmático marido, que parece que en el pasado realizó algo reprobable. Este estado de vulnerabilidad y desamor lo aprovecha la criada Louise, que intenta un acercamiento a Jess para desestabilizar la pareja e introducirse de lleno en un universo al que no pertenece, pero que le permite observar victoriosa a sus padres en la ruinosa casa de enfrente desde un ángulo opuesto.





Una serie de acontecimientos precipitará un dramático desenlace que colocará a cada uno en su sitio de origen. He leído que la novela era más sórdida y que la chica se describía más joven y con más malas artes, así como que convivía con un padrastro y era mucho más infeliz, lo cual justificaría más aún sus ganas de salir del agujero y querer progresar a toda costa. El destello de esa pareja americana, con su clase y nivel social representan la esperanza, seducida por la adoración a esa cultura que se presupone por el poster de James Dean que cuelga en la pared de su inmunda habitación.



La habilidad del director para ofrecer planos desde las dos casas y escenas en interiores enfatiza mucho la sensación de opresión y tristeza constante del matrimonio y su ahogo. Solo hay una escena en el aeropuerto y las escenas claves del tren, las demás orbitan en esa casa con distintos niveles incluso en la misma planta salvados por escaleras que simbolizan obstáculos, separación y relación de poder.





A continuación, como la puesta en escena me parece magnífica, aprovechando cada elemento como lenguaje visual, os invito a ver los numerosos fotogramas que he elegido.























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