Paco Sepúlveda. APUNTES SOBRE EL MELODRAMA CLÁSICO NORTEAMERICANO (SONORO) y referencia a “Some came running” (Como un torrente, 1958)



Paco Sepúlveda es licenciado en Derecho y un gran cinéfilo con mucho conocimiento y gusto exquisito cinematográficos. Escribe relatos cortos con gran acogida en su página y publicó su libro Route 66, Fila 7. Ed. ExLibric  sobre cine norteamericano. Su escritura es elegante y fluida, muy cuidada.


APUNTES SOBRE EL MELODRAMA CLÁSICO NORTEAMERICANO (SONORO) y referencia a “Some came running” (Como un torrente, 1958)

Localización: un terreno rocoso bajo un sol de justicia. Una guapa chica mestiza empuña un rifle apuntando a lo lejos. Dispara y acierta. Quien recibe el tiro es un hombre que comienza a llamarla a gritos diciéndole que se muere. Ella, a la que se le aprecia en el rostro un instantáneo arrepentimiento, echa a correr en su busca. Cuando se encuentra cerca del moribundo, éste dispara a su vez a la chica. Malherida, se arrastra por el suelo hasta llegar donde se encuentra el hombre, apoyado en una roca.
Se abraza a él, se besan desesperadamente en un apretado plano y caen los dos muertos a un tiempo mientras la cámara se aleja y el acompañamiento musical alcanza su cenit.

"Duel in the sun" (1948). King Vidor. Jennifer Jones y Gregory Peck.

Creo que una buena forma de explicarle a un neófito en qué consiste el melodrama puede ser mostrarle el final de “Duel in the sun” (Duelo al sol, 1948), la apasionada película del gran King Vidor.
Porque para afrontar seriamente el género habría que señalar que se trata en esencia de una pulsión continuada entre eros y thanatos que trasciende lo que sería el drama común o la tragedia a través de un arrebato en la dirección y en la interpretación que puede (y debe) verse apoyada por el impacto de la banda sonora y, de ser posible, por una fotografía y una dirección artística que nos ofrezcan aún más información de los personajes o de la temperatura emocional de las escenas. La unión de todos esos elementos temáticos y estilísticos es lo que conforma, a mi entender, el melodrama hollywoodiense.
Sin duda, existen melodramas de envoltura más, digamos, “fría”, que esconden las mismas pulsiones en su interior, insertando los elementos del género casi exclusivamente en la historia o en los diálogos. Pero si algo caracteriza al melodrama norteamericano no es la sutileza, sino la exuberancia. Y así debe ser.

"Make way for tomorrow" (1937). Leo McCarey. Beulah Bondi y Victor Moore.

Existen también grandes películas con elementos melodramáticos a las que la simultánea adscripción a otros géneros despoja de la consideración de melodrama “puro”. Me viene a la memoria la maravillosa “Make way for tomorrow” (Dejad paso al mañana, 1937), donde abundan los toques de comedia con los que el gran McCarey ayuda a que digiramos mejor la triste historia de los Cooper; o la extraordinaria “The magnificent Ambersons” (El cuarto mandamiento, 1942), donde, al mismo nivel de la historia de un amor imposible, adquiere una gran importancia el retrato socio-económico con el que Welles nos define el tránsito a la era de la industrialización.

“The magnificent Ambersons” (1942). Orson Welles. Joseph Cotten y Agnes Moorehead.

El melodrama puro no admite mezclas ni rebajas de intensidad. Es puro arrebato.
Y eso lo sabían muy bien Nicholas Ray, Elia Kazan, Douglas Sirk y Vincente Minnelli, los que son a mi parecer los máximos exponentes del género en la edad de oro el cine norteamericano.
Con dolor, dejo fuera al gran Wiliam Wyler, puesto que quiero centrarme en lo que yo entiendo por melodrama clásico característico, preferentemente de los 50 y principios de los 60, casi exclusivamente en color y con la desmesura como aliada. Es incontestable que Wyler tenía el vigor y la maestría. Pero quizá una pátina de academicismo anulaba una característica para mí esencial en el género: la sordidez. Sí debo añadir que adoro “Carrie” (1952), quizá su melo más puro.
Si he anotado anteriormente que el melodrama no admite mezclas, aquí viene Nicholas Ray para desmentirme. “In a lonely place” (En un lugar solitario, 1950) y “Johnny Guitar” (1954), las que son para mí sus mejores aportaciones al género, además de soberbios melodramas, participan de otros géneros, el policíaco la primera y el western la segunda. Pero en este caso, dicha adscripción genérica constituye simplemente un marco escénico donde hacer que el melodrama campe a sus anchas, haciéndose este con el triunfo tonal y temático.

“Johnny Guitar” (1954). Nicholas Ray. Sterling Hayden y Joan Crawford.

Kazan se acerca más al melodrama químicamente puro, y dejó su legado en el género con unas cuantas joyas, comenzando con los violentos tintes teatrales de “A streetcar named Desire” (Un tranvía llamado deseo, 1951) y continuando con la tormentosa “East of Eden” (Al este del Edén, 1955) y la magnífica “Wild River” (Río salvaje, 1960), hasta alcanzar la completa madurez genérica en la maravillosa “Splendor in the grass” (Esplendor en la hierba, 1961), una de las películas de mi vida (que como curiosidad, a pesar de ser un melodrama de manual, está rematado por un final simplemente portentoso que, sin embargo, huye del canon melodramático al revelarnos las claves del desenlace a través de un frío y cruel ejercicio de observación con completa ausencia de banda sonora musical, a la que sustituye el monótono canto de las chicharras).

“A streetcar named Desire” (1951). Elia Kazan. Marlon Brando y Kim Hunter.

Llegamos a la dupla que elevó el melodrama a los altares cinéfilos. Teniendo claro que en las décadas de los 30 y los 40 se hicieron espléndidos melodramas a manos de reputados especialistas (con Frank Borzage y John M. Stahl a la cabeza), no es menos cierto que cuando se habla del melodrama clásico hollywoodiense los primeros que vienen a la memoria cinéfila son Sirk o Minnelli.

Imitation of life (1934). John M. Stahl. Louise Beavers y Claudette Colbert.

Nos encontramos en una época en que todavía funcionaba a pleno rendimiento el sistema de los grandes estudios. Las películas eran cuidadas al detalle y compañías como la Universal o la Metro eran el hogar ideal para aquellas historias arrebatadas en las que, por debajo de la factura impecable, subyacían unas pasiones mundanas y violentas que representaban un seco contraste con la exquisitez del envoltorio.
Estos referidos grandes estudios creaban periódicamente producciones con una estética absolutamente reconocible, hasta el punto de que si anteriormente se usaba el nombre de la estrella para decir que habías visto, por ejemplo, una película “de la Garbo”, ahora también entraban los estudios en el juego del reconocimiento, y no eran pocos a los que movía el ir a ver una determinada película simplemente por el hecho de que se trataba de una “de la Metro”.


Al estilo de la Universal le iban como un guante los melodramas de Douglas Sirk, y en su década prodigiosa, los años 50 del siglo pasado, nos deja una serie de películas extraordinarias que ya han quedado para siempre en la Historia del Cine. Ciñéndonos solo a sus melodramas de los 50, “Thunder on the hill” (Tempestad en la cumbre, 1951) y “All I desire” (Su gran deseo, 1953) son dos estupendas películas que van a dar paso a las magníficas “Magnificent obsession” (Obsesión, 1954), “There´s always tomorrow” (Siempre hay un mañana, 1955) y “All that Heaven allows” (Solo el cielo lo sabe, 1955) hasta rematar la década con las magistrales “The tarnished angels” (Ángeles sin brillo, 1957) y “A time to love and a time to die” (Tiempo de amar, tiempo de morir, 1958) y esas dos obras maestras absolutas que son “Written on the wind” (Escrito sobre el viento, 1956) e “Imitation of life” (Imitación a la vida, 1959) (esta última la que es, a mi entender, la cumbre del cine de Sirk).

“All that Heaven allows” (Solo el cielo lo sabe, 1955). Rock Hudson y Jane Wyman.

Películas en las que la dirección artística y el empaque visual marca del estudio es de una importancia vital para que el extraordinario sentido de la puesta en escena de Sirk alcance sus más altas cotas, con unas historias cargadas de grandes pasiones, amores imposibles, egoísmo, vicio y desesperación que, sin embargo, no tuvieron el visto bueno la crítica de la época, que las consideraba productos meramente folletinescos. Una venda en los ojos producto de los últimos coletazos de la moralina de la década que se fue cayendo con el paso de los años hasta otorgarles el estatus de clásicos incontestables.
Enorme Sirk. En mi opinión, el número uno de los directores del género.

“A time to love and a time to die” (1958). Douglas Sirk. Liselotte Pulver y John Gavin.
“Imitation of life” (1959). Douglas Sirk. Lana Turner y John Gavin.

La incursión de Vincente Minnelli en el melodrama más desaforado fue algo más tardía que la de Sirk. Dejando aparte la magnífica “The bad and The beautiful" (Cautivos del mal, 1952), habría que esperar hasta 1958 para que Minnelli comenzara una serie de películas que no le iban a la zaga a las del podio sirkiano. No tomo en consideración en esta lista a la estupenda “Lust for life” (El loco del pelo rojo, 1956) porque, en una apreciación personal, de melodrama solo tiene el arrebato, careciendo de otros elementos indispensables del canon genérico.

“The bad and The beautiful" (1952). Vincente Minnelli. Kirk Douglas y Lana Turner.

“Some came running” (Como un torrente, 1958), “Home from the hill” (Con él llegó el escándalo, 1960), “Two weeks in another town” (Dos semanas en otra ciudad, 1962), “The four horsemen of the Apocalypse” (Los cuatro jinetes del Apocalipsis, 1962), “The sandpiper” (Castillos en la arena, 1965)…casi nada. Un grupo de obras superiores en las que la puesta en escena y la estética minnelliana casaban a las mil maravillas con el diseño de producción de la Metro al mismo nivel que el binomio Sirk-Universal.
Es precisamente la reciente revisión de tres de ellas lo que me ha llevado a la realización de este escrito.
Hasta hace relativamente poco no tuve la oportunidad de revisar “Dos semanas en otra ciudad”.

“Two weeks in another town” (1962). Vincente Minnelli. Cyd Charisse. y Kirk Douglas.

Recuerdo la primera vez que la vi en un cine-club de la 2 dedicado a Minnelli, feliz ante la posibilidad de contemplación de la que se conocía como “hermana” de “Cautivos del mal” dentro de la filmografía del director. No solo no quedé decepcionado, sino que la atormentada interpretación de un Douglas en un papel hecho a su medida , la espléndida dirección artística, el maravilloso uso del color, la fuerza de la historia y, sobre todo, la espléndida dirección de un Minnelli en lo más alto de su dominio de la puesta en escena, hicieron de esta película una experiencia alucinante. Es tal la fuerza del producto que, a pesar del disgusto de Minnelli porque el estudio la masacró en la sala de montaje y de verla en una copia de calidad solo pasable, la película no pierde su intensidad.
Hace unas semanas me llevé la grata sorpresa de que una plataforma había tenido a bien sumar a su catálogo dos de mis Minnelli favoritos.
Tengo aún fresco el recuerdo de mis sensaciones ante la primera vez que vi “Con él llegó el escándalo”, hace más de 30 años, en el mismo cine-club al que me referí anteriormente. En esta revisión, observo con sorpresa que recuerdo la práctica totalidad de la película y que, pese a mi juventud (de entonces), entendí el meollo de la historia a pesar de su truculencia de adulterio, infiernos matrimoniales, hijos bastardos y doloroso paso a la madurez.

"Home from the Hill" (1960). Con él llegó el escándalo. Robert Mitchum y Eleanor Parker.

No me sucedió lo mismo con “Como un torrente”. Su intensidad es distinta, más soterrada, y la madurez le da una perspectiva que la juventud y la falta de una experiencia de vida no le permitía. Los conflictos de “Con él llegó el escándalo” son más entendibles para un joven porque son más arquetípicos, y porque parte de esa trama emocional se centra precisamente en la evolución de un joven con problemas en el hogar hacia la hombría.

“Some came running” (1958). Como un torrente. Vincente Minnelli. Frank Sinatra y Shirley MacLaine.

“Como un torrente” tiene también su dosis de adulterio, bajas pasiones y la infalible fórmula de “pueblo pequeño, infierno grande”. Sin embargo, los conflictos de los personajes son más complejos: un escritor frustrado que, a pesar de su talento, se embarca en una espiral de autodestrucción y al que, en un último momento, parece salvar el tipo de mujer que menos esperaba; su hermano mayor, un arribista de manual que lo ingresó en un hospicio cuando murieron sus padres para que no le supusiera ninguna molestia; un truhán con el que hace migas en la vuelta a su ciudad natal que vive del póker y tiene un claro problema con el alcohol; una profesora reprimida que encuentra en el escritor alguien a quien admira profundamente por su talento pero al que, a pesar del oculto deseo que siente por él, no es capaz de dar cabida en su programada vida; y una prostituta de gran corazón que encarna la pureza absoluta dentro de un grupo humano carcomido por la frustración, el deseo y el vicio.

“Some came running” (1958). Como un torrente. Vincente Minnelli. Con Dean Martin a la derecha.

La chica de vida alegre encarnada por Shirley MacLaine es la plomada que equilibra una película en la que los dos personajes menos formados intelectualmente son, curiosamente, los que están más satisfechos con su vida y la llevan con más determinación y naturalidad. Asumen que son hijos del arroyo y sobreviven sin más preocupaciones que la de seguir adelante.
Sin embargo, la insatisfacción permanente del personaje interpretado por Frank Sinatra provoca, a pesar de poseer todas las capacidades para comenzar una vida distinta, que en su búsqueda de esa otra vida se maneje a través de la tosquedad y la exigencia de querer las cosas para ya. Así, actúa sin tener en cuenta los miedos y las precauciones de la profesora, que se encuentra desbordada no sólo por la admiración que siente por él, sino por el malestar que le produce la agresiva manera en que le expresa sus demandas.
Una epifanía en forma de frase en que Ginnie (así se llama el personaje de la bella McLaine), a pesar de sus evidentes carencias intelectuales, define el amor que siente por el personaje de Sinatra demostrando su inteligencia emocional, es la causa de que éste vislumbre por fin una salida a su inestabilidad y una posibilidad de redención.


Como siempre sucede en un buen melodrama, la alegría se torna tragedia en un final rodado maravillosamente por Minnelli en el que la fuerza de la banda sonora, la magnífica puesta en escena y la formidable progresión dramática producen en el espectador una sacudida emocional como solo las grandes obras pueden hacerlo.
Así, décadas después de su primer visionado, termino la película y me quedan claras tres conclusiones: Minnelli ha dado una muestra maestra más de elegancia, planificación, vigor narrativo y agudeza en el estudio psicológico; McLaine nos ha regalado el personaje más puro y hermoso de la historia del melodrama norteamericano; y “Como un torrente” nos ha vuelto a dejar claro que ya no se hacen películas así.



Paco Sepúlveda. Marzo 2023.

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