DÉJAME HABLAR (2020), de Samuel Alarcón.


DÉJAME HABLAR (2020). Samuel Alarcón Izquierdo.

Difícil decidir cómo afrontar un corto demandado por la familia del compositor Luis de Pablo (1930-2021) para acompañar al León de Oro otorgado en la Bienal de Venecia de 2020. ¿Un homenaje clásico con entrevista, recorrido por su trayectoria y alguna pieza como complemento, o realizar una inmersión en su música como piedra angular del cortometraje, a través de la cual gire la narración? El rodaje se produjo en la casa del gran músico —excelente representante y pionero en la música contemporánea de nuestro país a la que se negaba a poner etiquetas, acreedor de un prestigio reconocido por la libertad creativa de su obra—, adentrándose en la médula fecunda del artista completando un montaje final que escapa a toda convención en el que ya el propio Luis de Pablo manifestaba su asombro, debido a que Alarcón y San Eugenio dedicaron un buen rato a grabar elementos decorativos y personales que detallaré después y que anticipaban que este documental caminaría por derroteros más experimentales.

Imagen de archivo de un documental de los '60.
El compositor Luis de Pablo en su casa en su última grabación pública.

Comienza con una entrevista antigua en blanco y negro que nos da las claves por las que se va a abrir camino este trabajo. Ante la pregunta de la periodista de cómo hay que aprender a escuchar ese tipo de música, el compositor le comenta con sencillez y rotundidad simplemente que “hay que hacer como con toda: oírla”, añadiendo más tarde el músico que “la síntesis entre la música y el sonido tiene en el cine una fórmula infalible”, considerándolo “un gran motor de ideas”. No en vano, sus trabajos en el cine con Saura y Erice, entre otros, le hacen “responsable” de sus hipnóticas e inquietantes atmósferas. Dos premisas que guían a Samuel Alarcón para levantar la arquitectura de su corto y transformarse en una experiencia sensorial con marcado protagonismo del sonido sugerente de las indómitas notas de Luis de Pablo, priorizándolas, pero apoyadas en una imagen “al servicio” de éstas, aunque no por ello desapercibida e insulsa.



Unas formas visuales que provoquen un engranaje indisoluble e inseparable de la narración musical, abstractas, que no alboroten demasiado permitiendo escuchar fragmentos con la suficiente concentración, acompañados sin “ruido” visual, pero con la mejor correspondencia posible para garantizar esa simbiosis que nos atrapa. Sí, percibir solo la música y sonidos tal como haría Walter Ruttmann en su experimento “Wochenende” (1930) con un fondo negro, —en plena efervescencia de la aparición del sonoro—, podría haber sido una opción; sin embargo, creo que es un verdadero acierto ese papel no tan secundario de los efectos plásticos tan conseguidos en los que las composiciones vanguardistas del músico van y vienen, ingrávidas, se pierden y se encuentran en la niebla y liquidez conseguidas por los desenfoques y nitidez que van alternándose en un baile o juego lentos al ritmo marcado por lo chocante y misterioso de sus notas y ecos.



Sí, Samuel Alarcón recoge y hace suyo con acierto aquel cine absoluto, abstracto, de pioneros enmarcados e imbuidos por la vanguardia imperante como Ruttmann en esa musicalidad visual que creó en sus “Opus”, al que siguieron McLaren, Brakhage, entre muchos otros, que experimentaron con las posibilidades plásticas de la imagen en el cine. Porque esto es cine, no lo olvidemos.


Un cine que impacta después de un comienzo “tradicional” y que al rato nos invita a reeducar nuestro ojo mediante recorridos dilatados y pausados por el biotopo íntimo del compositor, formado por elementos vegetales etéreos desenfocados adrede a pesar de contar con el mejor equipo y sus numerosos libros en estanterías, ventanal o elementos decorativos personales, que pasan de la más absoluta indefinición —con ecos de Mary Ellen Bute o Martine Rousset— al detalle más preciso en momentos concretos. Creando así texturas únicas corticales en los dos sentidos de la palabra, de sugestión cerebral y de la corteza de un arbusto al que su rugosidad y fracturas alteran la percepción de ésta como tal, complementando la idea del paso del tiempo o la sabiduría que descansa en el rostro desgastado y mirada lúcida de Luis de Pablo, con que se rompe en varias ocasiones claves la unidad visual del corto.



Imágenes “iluminadas” por las sugerentes resonancias diegéticas y desasosegantes de la música de Luis de Pablo que se detienen e interrumpen su trayecto errático para concentrarse en los extractos musicales de varias piezas que él mismo nos ofrece levantándose ágilmente del sillón para cambiar el vinilo de su viejo tocadiscos elevando la aguja con firmeza o la definición de sus partituras saciadas de sabia escritura; también los pentagramas vacíos, deseosos de ser habitados, manchados, rectificados, en todos esos papeles desechados que vemos en el suelo de su despacho. “Habitáculo-guarida” abigarrado de cultura y saber —desordenado, caótico, pero bello a la vez, poético por lo que encierra— en el que se produce una ruptura espacial y sonora, concreta; silencio necesario para escuchar el ruido de su escritura y el pasar de las hojas, sonidos casi imperceptibles de la creación que sale de la mente activa aún del compositor en un ineludible canto del cisne.



De vuelta a la imagen abstracta, Samuel Alarcón nos ofrece los volúmenes imprecisos de un cactus con sus púas y tejido que me llevan, por su “monstruosidad”, aunque en el ámbito vegetal, a los cortos científico-poéticos de Jean Painlevé sobre fauna marina, hecho que describo y detallo porque me refuerza en que la apuesta del director pasa también por ofrecer imagen a la altura del incontestable efecto de los fragmentos musicales que escuchamos en primera persona.


Un recorrido que finaliza con Luis de Pablo —que momentos antes nos miraba a cámara o por un ventanal hacia la calle—, sentado, con los ojos cerrados, sin hablar, donde daríamos lo que fuera por saber qué piensa o qué podría contarnos en ese presente, pero que lo verbaliza con su singular obra de vanguardia, erigiéndose como uno de los mejores compositores en una época complicada en la que abrió la puerta a iniciativas alejadas de lo tradicional. También por su repercusión en el cine, al que adoraba. Últimas imágenes con vida que hoy en día cobran más relevancia en esos planos nocturnos estelares como último aliento entre notas templadas.







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