PICO SACRO (2024). Alberto Lobelle.

Y en esa misma línea experimental y radical en torno a la “ausencia” de una narración al uso encontramos Pico Sacro (2024), sustentada de nuevo por una estructura formal a base de planos fijos dilatados como armazón principal, si bien acaba rompiendo esa linealidad con la inserción de alguna lentísima panorámica horizontal y un sugerente travelling descendente culminante elaborado con una técnica muy personal.

PICO SACRO (2024). Alberto Lobelle.

Mi primera aproximación al cine de Alberto Lobelle fue con el documental Matisse se escribe con dos eses (2011) seleccionado en varios festivales, percibiendo su interés y retrato de los “pequeños” momentos de la vida diaria que se hacen grandes debido a su manera delicada y sutil de narrarlos, deteniéndose en la enseñanza de pintura en una Escuela de Arte de Ferrol. El conocimiento mediante la búsqueda, el descubrimiento del arte por unos niños a través de esa paciente y entregada profesora, la poética sencillez y mimo de sus escenas me acercaron con gusto al trabajo de este director. Le seguirían el mediometraje Den Pobedy: Día de la Victoria (2015), presente en el FID Marseille, donde utiliza imágenes reales y de vídeos domésticos familiares que reflejan una visión distinta de la problemática en Ucrania y su relación con Rusia. Y pasé a su acercamiento a su tierra natal, Galicia, en Paisaxes da Capelada (2017), ahora desde una perspectiva dirigida al medio natural, hacia esa geografía montañosa y marítima ancestral con tan poderosa fuerza plástica que le hizo acreedor del Premio a la Mejor Fotografía en el DocumentaMadrid. (Enlace a reseña). Una película enmarcada en los postulados de ese cine estructural creado décadas antes, recitada a modo de rima del cine de Benning, Snow o Hutton. Firme apuesta creativa y audaz en estos tiempos de prisas y de fórmulas narrativas irreconciliables dispares en la que aún quedan supervivientes como Lobelle del cine observacional y pausado, reivindicándolo y alimentándolo.



Tres fotogramas de Paisaxes da Capelada (2017). Alberto Lobelle.

Y en esa misma línea experimental y radical en torno a la “ausencia” de una narración al uso encontramos Pico Sacro (2024), sustentada de nuevo por una estructura formal a base de planos fijos dilatados como armazón principal, si bien acaba rompiendo esa linealidad con la inserción de alguna lentísima panorámica horizontal y un sugerente travelling descendente culminante elaborado con una técnica muy personal. Pero esta segunda película explora terrenos distintos a la anterior, indaga y se adentra en el misterio atávico de la tierra gallega, del que el famoso Pico Sacro resulta ser uno de sus bastiones. Una montaña solitaria con una forma piramidal muy singular, cuya cota se reconoce perfectamente en esa orografía galaica cargada de leyenda y caminantes, vistiéndose de faro aborigen que “alumbra” con su cuarzo cristalizado (reseña de Faros en el cine) y altitud de 533 m. Símbolo de llama eterna que avisa sobre las nieblas de la cercanía de Santiago de Compostela para reconfortar al peregrino. Atalaya imperturbable a las inclemencias meteorológicas cuya silueta y vértice parecen plegados y alzados por los ecos legendarios y mitológicos de esa tierra envuelta desde siempre y para siempre en magia y leyenda. La película abre con el pico a lo lejos ensordecido por el ruido del continuo tráfico de una autovía, para después añadir un texto que sumerge en la leyenda sobre el influjo de la luna llena en el agua que, al igual que ocurre con el mar, lo hizo con una flecha clavada con la punta hacia arriba que formó el Pico Sacro. Le complementará la imagen de una luna llena enorme, seguido de otro plano con ella próxima a la montaña las cuales abren el camino hacia lo sugestivo y lo legendario.


La película abre con el pico a lo lejos ensordecido por el ruido del continuo tráfico de una autovía, para después añadir un texto que sumerge en la leyenda sobre el influjo de la luna llena en el agua que, al igual que ocurre con el mar, lo hizo con una flecha clavada con la punta hacia arriba que formó el Pico Sacro. Le complementará la imagen de una luna llena enorme, seguido de otro plano con ella próxima a la montaña las cuales abren el camino hacia lo sugestivo y lo legendario.



Pico Sacro escoltando a Santiago de Compostela.
Otro plano del Pico Sacro con la Ermita de San Sebastián en su falda.

Este tipo de películas contemplativas, provistas de un subrayado y elástico uso de lo espacio-temporal apoyado en la abundancia de planos estáticos que terminan mirándonos a nosotros por su fuerza, suelen llevar a la falsa idea de una débil construcción argumental. No se limitan a un simple encadenamiento de bellas y vacuas imágenes, sino que conllevan un planteamiento de guion previo, una ruta definida construida y verbalizada mediante formas visuales deliberadas con antelación, algunas que surgen en el proceso de montaje y otras que surgen durante el proceso de producción haciendo de éste algo abierto.  Sorprendiéndote una imagen con la que no se contaba, como me comenta el director: “hay ocasiones en que es pura suerte, tener paciencia y abrirte a lo que ves, me gusta grabar así, poder experimentar los espacios en los que ruedo. En cierta forma, me oxigena”. Un modus operandi reflexionado, con puntos marcados en el mapa de posibles localizaciones y miradas hacia esa montaña protagonista, pero flexible a lo espontáneo, mutable, que se permea con la constante metamorfosis del medio y más con la ingente posibilidad de escenarios que brindan las estaciones.


Topografía de los puntos previstos de rodaje del Pico Sacro en distintas localizaciones cedida por el director.
Ubicación del primer plano que aparece en la película, pleno de ruidos, aportando una visión muy distinta del Pico alejada de su magia, leyenda y misterio. Aportación gentileza del director.

En este sentido, por más que en cierta forma acudiera a una influencia deudora de la pintura de Cézanne u Hokusai, con el azar o, apelando al misterio de esos espacios, surge la chispa de lo insólito y es la misma naturaleza la que relaciona con sus elementos cine, pintura y leyenda. Tal es el caso del mágico momento en que, al abrirse el cielo después de una tormenta, los rayos del sol que se filtran por las nubes de un lado y del otro terminan convergiendo y formando la ilusión de un triángulo especular y fantasmal del Pico Sacro. O aquel en que fortuitamente grabando un plano en un mirador con más ruido del que desearía, con un cielo demasiado limpio que no le convencía, ocurre el milagro y una estela de un avión deja una nube lineal de condensación con forma también de triángulo pintada de rosa por el atardecer que apunta a la montaña sagrada piramidal. Acontecimiento que “no se puede escribir previamente”, comenta Lobelle, “con una forma curiosa que fue un regalo”. Y lo es.




Imágenes cedidas por el director sobre su inspiración en Hokusai y su serie del monte Fuji, así como una imagen que relaciona un plano suyo con Cézanne también y la montaña Sainte-Victoire.

Paul Cézanne interpretó su montaña de múltiples formas en una serie de pinturas dependiendo del motivo (existe una con un viaducto y en ésta de Lobelle vemos uno), estación o estado de ánimo. Y existen tantas Sainte-Victoire como planos del Pico Sacro nos muestra el director, que nos ofrece sus distintos rostros dependiendo de la niebla, sol, lluvia, viento o su interpretación, personificándola en gran plano general, hasta ir cerrando y mostrarnos un primer plano y plano detalle de sus intimidades como la angosta entrada a la cueva vertical de unos treinta metros relacionada con leyendas milenarias o la fisura llamada “Rúa da Raíña Lupa” entre una niebla perfilada por la intrigante música de Pedro Acevedo que complementa mediante un tenue y nada invasivo extrañamiento la imagen. El director señala que no utiliza ópticas con zoom y eso obliga al traslado de la cámara, con lo que conlleva de tiempo y planificación. Puesta en escena natural y sugerente destinada a incrementar la influencia de la montaña en su entorno, con su presencia aislada y señalada a kilómetros, destacando poderosamente su magnetismo a través de su ingente sombra en el valle que aporta una dimensión orgánica en fuera de campo de la mole de cuarzo. Asimismo, poderosa es la imagen con la tormenta eléctrica que lanza rayos sobre el pico (un pararrayos natural por su especial cima puntiaguda).

La serie de Cézanne sobre la montaña Sainte-Victoire.

Rúa da Raíña Lupa
A cova do Pico.

Inicia esta película hablando de la fuerza del medio y de su montaña sagrada con sordina,  pero va in crescendo el concepto de que, a pesar de esos continuos procesos de metamorfosis reflejados extraordinariamente, se percibe lo eterno, lo inalterable, la permanencia. Y a eso contribuye la mirada de Lobelle, desde muchas perspectivas, de lo cercano a lo lejano, de lo natural a lo industrial, de lo tecnológico hasta lo místico. Tantos Picos Sacros como queramos, al que Lobelle no renuncia a conocer orgánicamente, introduciéndose en sus arterias, respirando al unísono, rodando las texturas de su interior en un movimiento pausado descendente ya que, como cuenta él: “tenía claro que era importante entrar en la montaña, por lo que significa, por lo simbólico de alcanzar el conocimiento, de purificarse…”. Pico Sacro termina como empezó, cerrando un ciclo con la entrada a la cueva y su cima inconquistable entre nieblas .

Puesta en escena natural y sugerente destinada a incrementar la influencia de la montaña en su entorno, con su presencia aislada y señalada a kilómetros, destacando poderosamente su magnetismo a través de su ingente sombra en el valle que aporta una dimensión orgánica en fuera de campo de la mole de cuarzo.
Sombra de enorme magnetismo y presencia del Pico Sacro.

Si esta película sugiere momentos oníricos, está imbuido por el magnetismo del Pico Sacro y transmite serenidad, espera y eternidad, creo que responde a una forma de entender el cine sin prisas, que saborea el momento del rodaje, que no sufre entre tomas falsas y malos planos, sino que se recrea pacientemente en lo que ofrece el medio exterior (alrededor de un año de rodaje). Exhala simultáneamente con el entorno y sabe confiar aguardando el “momento”, aquel detalle que justifique, regale y compense las numerosas visitas a los sitios (para el último plano grabó veinte amaneceres y atardeceres hasta conseguir el deseado), el frío, el viento y hasta alguna lesión sobrevenida durante el rodaje. Cine para los sentidos desde el mismo momento en que se gesta en directo, con banda sonora de pájaros, ranas y meteoros; con texturas y alma que Alberto Lobelle transfiere después en su laboratorio personal para nosotros.


Si esta película sugiere momentos oníricos, está imbuido por el magnetismo del Pico Sacro y transmite serenidad, espera y eternidad, creo que responde a una forma de entender el cine sin prisas, que saborea el momento del rodaje, que no sufre entre tomas falsas y malos planos, sino que se recrea pacientemente en lo que ofrece el medio exterior



Cantera próxima al Pico Sacro.
Estela de un avión con punta que apunta al Pico Sacro. Momento inesperado y aprovechado por el director.





Guion de la película amablemente cedido por el director Alberto Lobelle.

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