LE MYSTÈRE DE LA TOUR EIFFEL (1928), de Julien Duvivier.

 

LE MYSTÈRE DE LA TOUR EIFFEL (1928). Julien Duvivier.

Desde la finalización de la construcción de la torre Eiffel con motivo de la Exposición Universal de 1889 –fecha que marcaba el centenario de la Revolución Francesa–, ésta se convirtió en el símbolo de modernidad y vanguardismo en los años 20, asociándose a la imagen de París y, por ende, de Francia. Aunque también tuvo sus detractores entre algunos intelectuales que no vieron con buenos ojos esa mole que cambiaría la belleza de la ciudad. Única, inimitable, se erige inexpugnable sobre la ciudad y por ello no es extraño que las distintas artes realizaran su particular acercamiento y veneración a esa megalómana estructura de hierro construida en unos desenfrenados e inusuales dos años de creación.
(Se adjuntan enlaces a los cortos nombrados).



Fases de construcción de la Torre Eiffel.

La contribución del séptimo arte desde sus albores a la torre Eiffel no fue sólo por la expectación levantada, sino debido a que su creador, Gustave Eiffel, era socio de la todopoderosa compañía cinematográfica Gaumont. Previamente, los hermanos Lumière rodaron por primera vez en la historia en 1897 su “Panorama pendant l’ascension de la Tour Eiffel”, en ese afán de reflejo documental de la vida parisina de la época. Un travelling ascendente nos enseña el antiguo edificio del Palacio del Trocadero, demolido en 1935, en un espectacular picado. El ilusionista George Méliès también aportó su visión del símbolo parisino en un lento contrapicado y un posterior travelling ascendente dentro de su trabajo “L’exposition de 1900”.


Entre muchos otros, destaco a René Clair, que plasmó al férreo coloso imitado en todo el mundo para superar en altura, en su deslumbrante "Paris, qui dort" (1924). Una película que conjuga perfectamente lo documental y lo poético, en la que el guarda de la torre Eiffel observa con estupor cómo la población parisina yace dormida y estática y solo están despiertos unos turistas recién llegados en avioneta. Disputas, amor, ciencia ficción, se dan cita en esta singular visión de la torre con unas vistas y planos esplendorosos. Este director también la rodaría en 1928 con su documental de aire vanguardista de catorce minutos titulado “La tour”, en el que se habla del creador, los planos, los cimientos y proceso de construcción. El travelling por esos ascensores, así como las estructuras, contrapesos, escaleras y engranajes que conforman el corazón de ese ingente armazón por dentro y entramado de cables, constituyen todo un homenaje que le confiere una dimensión orgánica, con pulso, muy viva.

Paris, qui dort (1924). René Clair.

La fotógrafa Lucie Derain también dejaría su huella en 1927 en "Harmonies de Paris". Abel Gance, en esa megalómana y fallida visión de la destrucción del mundo que fue “La fin du monde” (1931), le dedicó una parte a la torre en el vibrante epílogo que sí merece bastante la pena. En "Ninotchka" (1939), de Ernst Lubitsch, Greta Garbo es acompañada a la torre desde donde ven la panorámica. El actor y director Burgess Meredith, en su versión de otra película de Julien Duvivier sobre la que escribí ("La tête d’un homme”), también recurrió a una disputa y persecución por esta mole de hierro en “L’homme de la tour Eiffel” (1949), con protagonismo de un Maigret, interpretado por Charles Laughton.
“Les quatre cents coups” (1959), de François Truffaut y “Zazie dans le métro” (1960), de Louis Malle, son otros ejemplos de culto a la estructura metálica, que no pasa desapercibida si el centro neurálgico es la capital parisina.


Zazie dans le métro (1960). Louis Malle.

Espacio espectacular para ciencia ficción, romanticismo, documental, pero también para intriga policíaca en trepidantes persecuciones y habilidades que desafiaban alturas en ese punto de fuga infinito al cielo que significa este icono francés. Por ello, Julien Duvivier acudió con su película “Le mystère de la tour Eiffel” a ella para efectuar una de las acciones policiales más destacadas de su época, por supuesto, pero que aún deslumbran por la dificultad y peligrosidad que ahí se exhiben.


Una historia, homenaje a los seriales del fecundo Louis Feuillade, (autor de "Les vampires" y "Judex") como el grandioso “Fantômas” (1913-14), que tanto apreciaban en la época y que su aire folletinesco evoca a la perfección Duvivier, con villanos, crimen e investigación policial.
Película de más de dos horas por la que desfilan personajes extravagantes como dos socios que hacen de siameses falsos en esa época en la que el cine se fusionaba con espectáculos de feria, siendo uno de ellos llamado para el cobro de una gran suma de dinero producto de una herencia. La trampa del socio para hacerse con el dinero suplantando su identidad y la intromisión de una sociedad criminal organizada llamada Ku-Klux Eiffel, cuyo epicentro trabaja en la torre para expandir su información a Europa vía radio, generan una historia rocambolesca muy entretenida con esencia vanguardista en algunos momentos.


La intervención de la policía, del agraviado, las fechorías de la organización criminal dan como resultado un vibrante seguimiento que confluye por las estructuras de la Torre Eiffel, con unos planos casi imposibles, difíciles, con un maestría fuera de toda duda de Duvivier. Merece la pena el camino hasta llegar a esos últimos y sorprendentes veinte minutos finales, con disparos, acoso, caídas al vacío, pero entre medias, destaco los planos del interior del castillo donde es secuestrado Achille, con esos espacios grandes y los miembros con sus trajes parecidos al Ku Klux Klan, en unos vistosos planos que generan inquietud en lo que sería de las primeras veces en rodar una sociedad secreta, que tanto cine generaría posteriormente, si bien el tono es relajado y cómico.



Y a destacar también los de la conducción por sinuosas y empinadas carreteras de montaña, con persecución de avioneta incluida, además de enérgicos planos subjetivos, aéreos, precipicios y la cámara colocada en el suelo con el coche pasando por encima, que se hizo tan frecuente con posterioridad y que resulta impactante.
Reflejar también la pesadilla de uno de los protagonistas que está también muy bien resuelta con un juego de sombras chinescas que se proyectan en la pared del dormitorio.



Todo un entramado argumental de folletín, muy bien hilvanado en el proceso y rematado al finalizar en la torre Eiffel, que exhibe orgullosa su potencial para las posibilidades del cine, con su multitud de encuadres vertiginosos, ubicaciones de la cámara, desplazamientos temerarios de los dobles, travellings y grúas colocados con pericia por Duvivier.
Un disfrute agónico y singular.







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