LE MYSTÈRE DES ROCHES DE KADOR (1912), de Léonce Perret.

LE MYSTÈRE DES ROCHES DE KADOR (1912). Léonce Perret.

Siguiendo mi interés por películas que constituirían el germen del Polar francés desde casi el mismo momento de la creación del cine –con cortos de Alice Guy, Méliès o Zecca, en los que el crimen estaba presente como una más de las manifestaciones del ser humano y las emociones que de él se generaban– esta vez he buscado esta magnífica película de Léonce Perret, contemporáneo de Louis Feuillade, con el que trabajó, por ejemplo, en “Le coeur et l’argent” (1912) y con la misma actriz protagonista de ésta que nos ocupa, Suzanne Grandais, apodada la “Mary Pickord” francesa y comparada con la gran y valiente “Pearl White”. Gozó de mucha popularidad, trabajó en más películas con Feuillade y, quizá su leyenda se vio acrecentada por el accidente que le costó la vida en un rodaje de una serie a los veintisiete años.


Estamos en una etapa incipiente del cine, pero esta película tiene muchas cualidades que hacen que su visionado sea un deleite. Aparte de una excelente restauración en 1993 –que incluye insertos de planos detalle de diversas cartas explicativas y fundamentales en el desarrollo de la trama–, una música nada estridente, ni espantosa como ocurre algunas veces en algunas versiones, la habilidad narrativa de Léonce Perret es plausible. Si bien, los planos son propios de sus años (aún no se utilizaban las maravillosas y sugestivas sobreimpresiones), abundando los fijos generales y alguno medio (no sé cómo resolvería los de las manos leyendo las cartas, ni por qué han sido sustituidos), la voluntad narrativa del director cobra fuerza por la cuidada composición de planos interiores –enmarcados por ventanas, con buena y armonizada ubicación de personajes y mobiliario– y la alternancia con los exteriores de la casa o de la naturaleza y un plano asemejando un catalejo.






Especialmente en la playa y rocas de la Pointe du Kador, conocida por la originalidad de sus acantilados, cerca de Morgat en Finistère. Y también expresa una vocación de plasmar la profundidad de campo en varios planos (en una sala con un baile de máscaras al fondo, en una grabación en la playa y en un ventanal con la entrada a caballo del enamorado), algo muy complicado con los objetivos de esa época, que también harían Feuillade y más tarde con más técnica Renoir, Wyler o Welles. Ya se vislumbraba el virtuosismo de "Koenigsmark" (1923) (enlace a reseña), con esos interiores tan fastuosos y elegante puesta en escena.





La “limpieza” de planos, el desarrollo del argumento muy bien explicado y fluido, con guion del mismo Perret, hacen de esta cinta un estupendo ejemplo del cine de la década de 1910. Acompañada de pocos personajes, con buenas interpretaciones, uno de ellos el conde Fernand de Kéranic (es el mismo Léonce Perret, que también era actor); la expresiva Suzanne Grandais y Max Dhartigny, con una gran presencia.

El guion es sencillo, me recuerda al conflicto por una herencia entre familias aristocráticas del serial de Germaine Dulac “Gossette”, con asesinato de por medio (1923). El marqués de Kéranic fallece y le deja la herencia a la joven Suzanne, su sobrina, que será factible cuando alcance los dieciocho años. Su tío, el conde Fernand de Kéranic, mientras, será su albacea. En caso de muerte de la chica, o incapacidad por enfermedad mental, la herencia pasaría a su tío. Aquejado por deudas y amenazas, éste plantea casarse con Suzanne, pero ella está enamorada del capitán Jean d’Erquy y le rechaza. Así que el ambicioso conde urdirá un maquiavélico plan para destruir a la pareja en el escenario de las rocas y conseguir su objetivo.



Aunque sea un folletín tan habitual en la época, lo que distingue a esta película, además de su acertada forma de narrar, es la inclusión de una terapia para la demencia mental basada en la utilización, por parte de un moderno psiquiatra, del cinematógrafo como curación. Una extravagante idea que homenajea al cine y que constituye quizá una de las primeras referencias metafílmicas de la historia del cine. Ver a un operador grabando la escena del crimen, recreándola para curar de su amnesia y enajenación a Suzanne, me parece exquisito. Así como observar la proyección en una pantalla en la casa del psiquiatra y la pantalla dividida de ella mirando y reaccionando a la cinta (antes utilizó este recurso multipantalla de forma más rudimentaria Zecca en "Histoire d'un crime, 1901). Una demostración autoconsciente de lo que representa el cine en la sociedad, tan temprana todavía, como motor de emociones, sanadora, liberadora. Una escena muy grande y vistosa cuando la joven se cure y se desmaye ante la pantalla.

















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