THE RIVER (1929), de Frank Borzage.


THE RIVER (1929). Frank Borzage.

En dos días vi hace tiempo dos películas que nos llegan inacabadas por distintas razones. Esta casualidad me ha hecho reflexionar sobre la importancia de culminar una obra por parte de su creador, pero también el agradecimiento a personas que, adivinando el alcance de la misma, ponen todo su empeño en que no caiga en el olvido y llegue con su aportación al público. “Pasazerka”, (1963) de Andrzej Munk no pudo ser finalizada por su director a causa de su prematura muerte, siendo su montaje final realizado por otras personas incluyendo fotogramas que completan la obra de un campo de exterminio nazi. Y el resultado es muy satisfactorio.

“The river”, sin embargo, sí fue culminada por Borzage, pero, como pasó con mucho del cine silente, ésta se perdió en una gran parte, conservándose sólo una copia en el archivo de la 20th Century Fox. Según se nos relata, falta el comienzo, dos escenas de la parte intermedia y la bobina final. La reconstrucción realizada hace solamente unos años da una idea de la totalidad de la historia a través de los archivos encontrados en la colección personal del director y el guion original depositado en la UCLA.

Fotogramas aislados que insertan en distintos momentos de la película.

El metraje es de tan sólo 50 minutos, insertándose fotos aisladas de las escenas que se conservaron y nuevos títulos explicativos. Esfuerzo realizado por la Cinémathèque suiza, en colaboración con la francesa y la Svenka Filminstitutet, que rescatan con mimo del pasado esta joya algo deteriorada en calidad, pero que podemos disfrutar con entusiasmo.
Frank Borzage fue el director que mejor expresó el amor en el cine mudo y también unos de los mejores en el período sonoro. Ese amor llevado al paroxismo, un “amour fou” que vivían las parejas protagonistas rodeadas de un entorno hostil, precario y enfermizo, pero con el que salían victoriosas y reforzadas por su poder regenerador. Sentimientos que nos complacen en esas tres películas deliciosas mudas –“Seventh heaven ”, “Angel street” y “Lucky star"– con la misma pareja protagonista (Charles Farrell y Janet Gaynor) aprovechando su buena sintonía en la primera de ellas con la que alcanzó fama mundial y el primer Óscar a un director.

"Seventh heaven (1929). Charles Farrel y Janet Gaynor.

En esta que nos ocupa, Janet Gaynor sale de escena y la ocupa Mary Duncan, que realiza un excelente trabajo como mujer de mundo, sensual, experimentada en el amor y muy escéptica ante los hombres, con una expresión de desencanto y hastío muy bien lograda. La química entre ellos sería aprovechada también por la Fox para la siguiente película de Murnau, “City girl”, director con el que tiene elementos comunes en su etapa americana. Y Charles Farrell es el contrapunto a esta chica, un joven inexperto e inmaduro, inocente, noble y desubicado. Los dos se encuentran en un entorno natural, aunque aprisionados en la construcción de una presa en un río a la que llega él con un barco construido por sí mismo y que no tiene más remedio que quedarse allí por las obras.


Rosalee (Mary Duncan).
Fotograma insertado por pérdida de alguna parte de la película.

Lo que sigue es el progresivo enamoramiento de estos dos jóvenes, a pesar de que ella espera a su amante, el capataz de la presa, que está encarcelado. Una serie de situaciones nos deleita por su intimidad y cercanía como solo sabía contar Borzage. Y no exentas de un erotismo tan puro que te atrapa. Mucha “culpa” de ello tiene la interpretación de Duncan (Rosalee), que pasa, de despreciar la inmadurez de Allen John, a sentirse cada vez más atraída por él, intentando seducirle ante su pasividad. Las secuencias de intentos de acercamiento están cargadas de ternura, a la vez que sensualidad, creando un clima repleto de magia que solo el cine silente sabía imaginar y hacernos cómplices. La escena en la que ella intenta salvarle de la congelación por la nieve es de lo más carnal y poético que he visto en el cine silente, emocionante. Y ese tren que siempre Allen deja escapar para quedarse atrapado con ella.





Todo con una fotografía espléndida de Ernest Palmer, que también trabajó con Murnau y con otros muchos directores. Y con una puesta en escena y un estilismo magníficos, que sacaban de un espacio inmundo lo más entrañable y cálido y unos exteriores muy bien recreados con esos barracones entre pinos donde viven los obreros, la cabaña de ella, el río testigo del primer y sensual encuentro entre él desnudo y ella con su cuervo que la acompaña permanentemente para espiar sus hechos e impedirlos.





Frank Borzage hablaba del amor con absoluta sensibilidad, te rodeaba con su emoción y con esos amantes entregados que sufren y se aman a pesar de todas las adversidades. Pero esa aparente inocencia y candor de sus películas siempre estaban inmersas en contexto de denuncia social, de la miseria, la orfandad, la depresión económica, el incipiente nazismo, la prostitución, la guerra… Sabía perfectamente lo que hacía, el marco era social, aunque con el denominador común de la pasión exaltada. Conocía el lado negativo y las fatalidades de su época –no tan distintas de las de ahora– pero apostaba por el motor del amor.

Rosalee en peligro por la vuelta de su anterios y celoso amante, del que huye cayendo en el río.

Por la pérdida de alguna parte de la película, se inserta intertítulos explicativos y un cartel del rescate del peligroso remolino del río donde cae Rosalee.
En las películas de Borzage, el amor es el motor vital.

Y si hay personas que argumentan que su cine era edulcorado y poco realista, que Borzage me siga “engañando” en todas y cada una de las numerosas películas que he visto de él, que me “engañe” con su especial magia de cuento que todo es posible y que me haga soñar en lo que duran sus melodramas románticos, que no es poco.




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