LE JOUR SE LÈVE (1939), de Marcel Carné


LE JOUR SE LÈVE (1939). Marcel Carné.

El Polar más conocido es en gran medida deudor de arquetipos y ambientes que superaron el mero esbozo en las primeras décadas del cine francés. Si ya en la vanguardia observamos historias planteadas en los bajos fondos y arrabales con gran acierto, la etapa del Realismo poético consolidó personajes con una pátina naturalista por su procedencia social arrancada de las capas más bajas y marginales con personajes desertores, ex presidiarios, desarraigados, proxenetas, prostitutas, legionarios, maleantes, criminales, emigrantes, así como en su especial topografía edificada en torno a muelles, la “banlieu”, pensiones de mala muerte, peligrosos callejones, fríos espacios industriales, clubes, o suburbios con mezcla multicultural.

L'Étrange monsieur Victor (1938). Jean Grémillon.

Pépé le Moko (1939). Julien Duvivier.

La aportación de este movimiento teñida de un realismo negro y contextualizada en la época del auge del Frente Popular en el país, revistió de una capa de pesimismo al cine, que engendró multitud de películas sombrías de entreguerras –como las del gran Jean Renoir, Jean Grémillon y los que cito después– que se materializarían más tarde en un cine nihilista y existencial como consecuencia de la II Guerra Mundial.
Le quai des brumes (1938). Marcel Carné. Jean Gabin y Michèle Morgan.

Jacques Feyder inició una nueva idea de incluir en sus historias a personajes no tan proscritos, al que se sumaron Julien Duvivier –con obreros desempleados, angustiados, nuevos personajes más cercanos– y Marcel Carné, que se inició como ayudante de dirección del belga, para definitivamente rematar el movimiento con memorables películas que tendrían como estandarte al poeta Jacques Prévert. 
Decisión inteligente del gran director desde su ópera prima “Jenny” (1936), que consolidaría una fecunda unión laboral la cual dotaría a su cine de un ropaje literario y poético con sus sublimes diálogos cargados de misterio, apuntalados con ese desencantado y desesperado romanticismo.
Cartel de "Jenny" (1937). Ópera prima de Marcel Carné.

Le jour se lève, como la formidable “Le quai des brumes” (1938) del mismo director, beben del fatalismo, están impregnadas de esencia a derrota y podrían leerse como un presagio y barómetro del denso ambiente y presión que se respiraba en esos años por el auge del nazismo. Formulan y manifiestan un sentir sobre algo que se estaba instrumentando y que cambiaría el curso de los acontecimientos y las políticas de izquierdas. Al hilo de esta idea, el gobierno de Vichy prohibiría estas películas en 1940 por su pesimista visión de la sociedad francesa.
Al despertar el día, como se tituló en España, aparte de ser un relato criminal con actuación policial, en realidad despliega todo un discurso acerca del proletariado, de sus condiciones laborales insalubres, del hábitat de los obreros en barrios humildes con minúsculas habitaciones de pensiones en las que sobrevivir. Rotundamente personificado por la figura de François –un enorme Jean Gabin, que ejercería el símbolo y bandera de esa etapa cinematográfica, con esos personajes desprovistos de ilusión y cargados de infortunio–, un obrero con una especial energía que congenia en el primer encuentro con Françoise, una floristera que llega a su fábrica para entregar una planta. 
El guion une sus nombres de forma delicada por su pasado común exento de raíces y cultivado en orfanatos. Una serie de detalles como las flores marchitadas mientras conversan a causa del calor de la fábrica, el constante humo de trenes y brumas que escoltan constantemente a la pareja en los exteriores de la casa que cuida ella, no hacen sino vaticinar la tragedia. 
Personajes del biotopo cinematográfico de Marcel Carné que siempre buscan la felicidad y el amor, con esas miradas melancólicas y perdidas a través de ventanas buscando un futuro halagüeño que no llegará, absorbido por esa especial atmósfera que le encantaba al director. El encuentro con una artista (Arletty) provocará un triángulo amoroso atrevido para la época y desencadenante de la desgracia.
Calle de Françoise (Jacqueline Laurent) frente a la vía del tren con su constante humo.

Una original forma de narrar la historia en esos años en forma de flashback obligó a repartir programas de mano en los que se prevenía de ello para despejar dudas, debido a un público más acostumbrado a relatos lineales. También al inicio de la película se avisa que el protagonista evoca el pasado, adelantándose en esta técnica a películas del cine negro americano posteriores como The killers (1946), Citizen Kane (1941) o Sunset boulevard (1950) entre otras y un recurso que sería más común en el futuro en Hollywood. 
Tal fue la recepción e importancia de esta película que en EEUU se realizó un remake dirigido por Anatole Litvak titulado The long night en 1947, con diferente resultado, menos pesimista, con menos fuerza actoral y un final edulcorado, muy distinto al original, que en ese país no podían permitir, extirpando su esencia. La RKO intentó comprar todas las copias de la primera versión y destruirlas, pero no fue así afortunadamente, colocando en su merecido lugar a la francesa.

Cartel estadounidense del remake "The long night" (1947) con Henry Fonda, de Anatole Litvak y cartel de "Le jour se lève, la original.

¿Puede haber algo más derrotista que saber desde el principio que el protagonista ha asesinado? De esa forma no hay concesiones a la esperanza, desde el inicio asistimos a un hombre enclaustrado en su inmunda buhardilla. Es una larga espera rememorando por qué ha llegado a esa situación y aguardando angustiosamente a que la policía actúe, mientras los vecinos observan atónitos desde la escalera o la calle cómo una persona querida por todos desciende a los infiernos, pero confinada en su fortaleza elevada, con esa ventana desde la que se asoma y grita desesperado erigiéndose en un amargo líder.


La dirección artística tiene mucho que decir en esta película. La recreación de la calle de Françoise inmersa en un halo poético y hasta irreal con nieblas y humo que, a pesar de contener un almendro en flor, no puede escapar a la melancolía, así como esa calle suburbial de François, con ese edificio alto y estrecho que se alza sobre los ciudadanos, me parece fundamental. En el guión estaba previsto que fuera un primer piso la habitación donde se “atrincheraría” el protagonista, pero Alexandre Trauner, el responsable, le comentaría a Carné que él veía más adecuado una quinta planta, a lo que el director asintió con un sí rotundo, a pesar de que eso encarecería bastante la producción. Y fue un acierto. Observar a ese antihéroe encumbrado y ensalzado en las alturas, al que la policía tiene difícil acceso por tejados, lo eleva moralmente, a pesar de su delito.
François espera encerrado en su habitación la actuación policial mientras rememora cómo ha llegado hasta esa situación.
También la maestría de Marcel Carné para desenvolverse en espacios reducidos como la escalera en la que rueda el asesinado, con distintos planos enlazados de forma dinámica, es reseñable. Unido a ese excelente plano cenital del vecindario que se asoma por la escalera de caracol. Además de la escena de plano contra-plano de Jean Gabin y Jules Berry, muy poderosa por cómo es planteada y su diálogo, siendo alabada por Claude Sautet entre lo mejor del cine francés.
Un empeño por crear atmósferas brumosas permanentemente del director que tanto exasperó a un guionista en su película "Hôtel du Nord", pero que sería su sello, homenajeado en la década posterior y que le haría también envolver de una nube, con una dolorosa poesía, al protagonista en el fatídico final mientras suena muy temprano el despertador para ir a trabajar después de una larga y angustiante noche...

Amargo final entre el constante humo o bruma en la filmografía de Marcel Carné.
Un gran película, de un excelente director poco apreciado posteriormente por miembros de la Nouvelle vague, al que, sin embargo, con esta película André Bazin comentó: “Volviendo a ver películas como “Jezebel” de William Wyler, “Stagecoach" de John Ford, o “Le jour se lève”, de Marcel Carné, existe una reconciliación total entre imagen y sonido. Se experimenta el sentimiento de un arte que ha encontrado su perfecto equilibrio, su forma ideal de expresión, y recíprocamente admiramos algunos temas dramáticos y morales, a los que el cine no ha dado una existencia total, pero a los que, por lo menos, ha elevado a una grandeza y a una eficacia artística que no hubieran conocido sin él. En resumen, todas las características de la plenitud de un arte clásico”.

Comentarios

  1. Bienvenida a este mundo, aunque los blogs están de capa caída, como todo lo que significa "leer", mantengamos la resistencia

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