COEUR FIDÈLE (1923), de Jean Epstein.

COEUR FIDÈLE (1923). Jean Epstein.

Confeccionar listas de películas, actores o actrices preferidos es un ejercicio muy común entre los cinéfilos. Como nos pasará a todos, las diez o quince primeras son puestos en los que es difícil colocarse. Y, como esto no tiene fin y constantemente seguimos descubriendo o redescubriendo obras que nos atrapan, hasta tengo un sentimiento de tristeza cuando debo hacer entrar en la parte alta a una, teniendo que relegar a otra, como si fuera un acto de “traición” envenenado a películas a las que dotas de alma y luz.

Cartel de la película.

Te das cuenta de que, al igual que la vida fluctúa, de la misma forma lo hace esta lista. Va engrosando sin remedio, pero, unas veces por circunstancias, y otras por el encuentro, ya sea casual o intencionado, la élite del listado se transforma. Se actualiza, pero a la vez siempre hay algunas que permanecen intactas e inamovibles. Recurres a ellas otra vez y da igual el contexto o etapa de tu vida, siempre te agarran y te recuerdan por qué te tocaron. Pues desde ayer ya sé que tengo una nueva para incluir entre mis triunfadoras y sé que será por mucho tiempo.


Gina Manès. Protagonista de la película.

Con esta era de plataformas en que el acceso es más fácil a cine que no has tenido la oportunidad de ver, llevo tiempo dedicada al mudo. Siempre me llamó la atención desde pequeña, pero en la edad adulta me gusta cada vez más. Asistir a ese lenguaje cinematográfico incipiente del protocine, cómo se va desarrollando con la influencia de unos a otros y asentando bases para irse perfeccionando en su capacidad expresiva por medio de la imagen, me representa un deleite incomparable.
Y aquí entra esta joya de Jean Epstein, “COEUR FIDÈLE”, que descubrí por un extracto en un curso de Historia del cine en la Escuela “Educa tu mirada” y que encontré completa con posterioridad. Epstein perteneció a esa generación de la primera vanguardia francesa en la segunda década del S. XX instalada en el Impresionismo y capitaneada por Louis Delluc –el cual introduciría el concepto de fotogenia y sería un impulsor de los “cinéclubs”–, integrada por Germaine Dulac, Marcel L’Herbier o Abel Gance. 

Germaine Dulac.

Ésta se erigió como una hornada que se presentó como la “nueva ola de los 20”, que reivindicó un cine más innovador, de calidad y experimental, tratando de frenar a tres frentes: a un cine de masas de baja calidad, también al cine de élites como el “Film d’Art”, demasiado teatralizado, y a la invasión del cine norteamericano por la debilitación de la industria francesa como consecuencia de la I G.M.
Este escritor y director, además fue un teórico cinematográfico con muchas inquietudes que dejó muchas reflexiones acerca del denominado séptimo arte por Ricciotto Canudo, demandando con un potente discurso su carácter artístico y capacidad de emocionar y provocar al público expresando lo más interno del ser humano y su psique.
En esta película se renueva el manido concepto de melodrama aportándole una estilización propia de la experimentación con la imagen para que el público navegue a través del flujo de sensaciones que le proporcionan las sobreimpresiones, ralentizaciones, cierres en iris, primerísimos primeros planos, planos detalle, oblicuos, distorsionados, subjetivos y montaje muy rítmico en algunas ocasiones. 





Todo con el objetivo de suscitar que el receptor perciba los sentimientos de los personajes que forman este triángulo amoroso. Y otro de sus objetivos fue también alejarse de un cine más de élites, reflejando una clase social baja ubicada en el puerto de Marsella, aportando una ambientación deprimente y de absoluta pobreza. Herencia que recogería Marcel Carné con su excelente realismo negro en “Le quai des brumes”, (1938).


Jean Epstein pone al servicio del cine todo una melodía visual, orquestada por el mejor director, apoyada en esos planos de los ojos de Gina Manès, estrella del cine silente, con una mirada insondable y magnética, capaz de traspasar la pantalla con su melancolía, su miedo y su amor. Mirada que me ha conducido a la de Nadia Sibirskaïa en “Ménilmontant”, (1926) de Dimitri Kirsanoff, también de esencia vanguardista y precursora del realismo poético y neorrealismo.


“Corazón fiel” es escritura en imágenes de un poeta que dota de un especial lirismo a una historia de desamor y malos tratos a priori simple. Sublima en cada plano y puesta en escena este relato de esta chica huérfana, que malvive explotada en un bar, que se ve a escondidas con Jean, pero es entregada a la fuerza a Petit Paul, con una fama terrible en el barrio.


La relación entre planos me parece magnífica, como esa mirada depresiva a través de la ventana de ella y a continuación el muelle inhóspito y el agua pútrida con desechos y aceites del puerto. O los recuerdos de Jean cuando le es arrebatada Marie y la puede ver reflejada en el mar en una sobreimpresión muy sugestiva. El director es un excelente arquitecto de una obra con un refinamiento y una esencia cimentados en interpretaciones puras y hondas y una elegancia visual que te hipnotiza.


Jean recuerda a Marie cuando la pierde. Sobreimpresión sobre las olas del mar.

La secuencia más dinámica es en la que ubica en una feria a Petit Paul que quiere casarse con Marie y la lleva a divertirse. El montaje con continuos planos generales, primeros planos de ella totalmente angustiada con él detrás mofándose en un carrusel que gira sin parar, es excelente. Ese continuo fluir en círculo con planos subjetivos acentúan muy eficazmente su sentimiento. 
Epstein describe lo externo, el entorno de los personajes, pero a la vez lo interno, con una simultaneidad y contraste que provocan mucho desasosiego, acompañado con una música también impactante. Un movimiento en redondo que representa su estado emocional carente de libertad, con una turbación aprisionada no solo inducida por el mareo del tiovivo. Lo interesante de esta película es que trasciende la realidad, elevando el relato a cotas insuperables con su puesta en escena.

Petit Paul acosa a Marie y la lleva a las atracciones donde ella se queda aturdida.


Esta secuencia del carrusel que se repetirá al final con otro tono ha sido rodada en varias ocasiones más en la historia del cine, destacando una más contemporánea como es la de “Kasaba” (1997), de Nuri Bilge Ceylan que me encantó.
Los planos detalle de las manos son muy inspiradores, los introduce en numerosas ocasiones. Sello distintivo posteriormente en el cine de Robert Bresson. Y en los que distorsiona la cara de ella podemos hacernos una idea de su estado mental sin tan solo una palabra, hecho que es exclusivo del cine silente.


Esta película, como dije en mi introducción, ya forma parte de mi élite, junto a las de Murnau, Lang, Borzage, Vidor y Chaplin, entre otros.
Casi cien años y está viva. Qué lujo verla en su momento y en pantalla grande. No dejemos que caigan en el olvido.

Petit Paul 

Jean pelea por el amor  de Marie con Petit Paul.





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